Nunca desde 1948, año de su fundación, había sufrido Israel un ataque tan descarado y sangriento dentro de sus propias fronteras. Si bien hoy no lucha como entonces por su supervivencia, tiene ecos de la guerra de Yom Kippur de 1973, cuando Egipto y Siria tomaron por sorpresa a Israel durante el día más sagrado del judaísmo, al liderar una ofensiva árabe en el Sinaí y los Altos del Golán. Es poco probable que sea una mera coincidencia el que Hamás lanzara su ataque terrorista un día después del 50º aniversario de esa guerra.
El operativo de Hamás comenzó con una descarga de cohetes desde la Franja de Gaza hacia el sur de Israel. Al mismo tiempo, el grupo terrorista palestino envió drones armados y hombres en motocicleta y parapente a través de la frontera de la franja, atacando poblaciones civiles, kibutz y puestos de control militar. El domingo después del ataque, Israel informó que más de 700 civiles habían muerto (vamos hoy en más de mil asesinados y miles más heridos) y que un centenar de israelís, entre ellos mujeres, niños, ancianos y soldados, habían sido tomados como rehenes y llevados de regreso a Gaza. Este trauma nacional complica gravemente las opciones del primer ministro Benjamín Netanyahu, quien dice que su país enfrenta una “guerra larga y difícil”. El ataque en suelo israelí, y la manera en la cual los generalmente impecables -e implacables- servicios de inteligencia israelíes no lo han detectado y prevenido, ha hecho que todo el paradigma de seguridad del país se haya hecho añicos de una manera en la cual ni siquiera 1973 lo hizo. Y esto tendrá repercusiones geopolíticas, diplomáticas, políticas, de seguridad y militares durante años -si no es que décadas- por venir en Oriente Medio.
El golpe efectista de Hamás podría resultar pírrico al provocar una respuesta israelí brutal, mientras que Israel a su vez puede desencadenar mayor inestabilidad regional, empujando la región al precipicio de una nueva era de violencia y fluidez, y comprobar la máxima de que los Estados poderosos a veces ganan en el campo de batalla pero aun así pierden política y diplomáticamente. Y es que además el subtexto de la historia del conflicto palestino-israelí es que la violencia siempre procrea violencia. Las implicaciones regionales son enormes: Hezbolá, la facción chiita libanesa que libró una guerra brutal contra Israel en 2006 y que al igual que Hamás, cuenta con el apoyo financiero y militar de Irán, ya lanzó cohetes (posee un arsenal -incluyendo misiles- mucho mayor y más sofisticado que Hamás, que tiende a depender de cohetes caseros) e intercambió fuego de artillería desde territorio libanés con Israel un día después del ataque de Hamás, lo que generó temores de un conflicto en dos frentes.
Es probable que una confluencia de factores -la irracional e irresponsable política de asentamientos judíos en los territorios ocupados; la creciente derechización del gobierno bajo el Primer Ministro Benjamín Netanhayu y la preocupante erosión del Estado secular israelí; la efervescencia social e ideológica en su sociedad; la distracción de Washington con Ucrania y su pulso creciente con Beijing; la polarización política estadounidense; el reacomodo político en el apoyo social a Israel en EE.UU; el plausible papel de potencias extra-regionales (Rusia) y regionales (Siria e Irán) alentando y facilitando el ataque; y la convicción de que el potencial establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudita impulsado por la Administración Biden al amparo de los llamados Acuerdos de Abraham, que ya han normalizado relaciones entre Israel y un puñado de naciones musulmanas, aventará a los palestinos a las vías del tren- hayan detonado el terrorismo deleznable e inaceptable de Hamás. Y es posible que una vez recuperado el pleno control de territorio israelí, la respuesta a los ataques del fin de semana probablemente será de una escala tal que efectivamente retrase los esfuerzos de Estados Unidos encaminados a la normalización saudita-israelí, si no es que los torpedeará por completo. La realidad es que si bien Hamás ha disfrazado el ataque como una respuesta a las recientes incursiones israelíes alrededor de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén, optó por desencadenar este conflicto –en este momento y en la forma en que lo hizo– como una manera de dar un manotazo en ese tablero diplomático más vasto.
El ataque revienta además varios paradigmas tácticos israelíes frente a Hamás. El primero era que el grupo terrorista se abocaría a consolidar y fortalecer su bastión político en Gaza y no se arriesgaría a otra guerra con Jerusalén. El segundo de ellos era que el llamado Domo de Hierro, el sofisticado sistema de protección aérea israelí y la enorme valla fronteriza y los sensores subterráneos anti-túnel negarían a Hamás la mayoría de sus rutas potenciales de ataque contra poblaciones y blancos judíos. Y el tercero, que Israel podría “reducir” y contener el conflicto con los palestinos mediante incentivos económicos incrementalistas y convertirlo en un tema secundario para la estrategia diplomática y de política exterior del gobierno. Los tres paradigmas se colapsaron el sábado. Por su parte, Hamás también mantenía un paradigma táctico frente al gobierno en Jerusalén, convencido de que la captura de docenas de rehenes pondrá de rodillas a la sociedad israelí y obligará al gobierno a liberar a todos los prisioneros palestinos, legitimándolo y convirtiendo así a Hamás en el principal movimiento palestino a costa a su enemigo acérrimo, Al Fatah y el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, en Cisjordania. Una de las características persistentes en Oriente Medio es la percepción de un abismo entre las actitudes de las élites en los círculos de gobierno de los Estados árabes y las opiniones de la población en general de los países de la región. Es una división que el conflicto palestino-israelí ha dejado al descubierto en el pasado y que ha obligado a países árabes –incluso aquellos que no han ocultado su frustración con el liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina– a caminar sobre una línea delgada entre declaraciones por un lado y acciones públicas por el otro. De hecho, el lenguaje usado por el comandante militar de Hamás al anunciar en un mensaje grabado el ataque del sábado, fue ilustrativo: “Hoy el pueblo está recuperando su revolución”, dijo, mientras llamaba a todos los palestinos a unirse a la lucha, sugiriendo que Hamás ve el ataque como un intento de consolidar el control sobre la narrativa palestina.
E Israel, que tiene todo el derecho a defenderse, se verá tentado a responder con la máxima fuerza en un intento de asestar un golpe mortal al grupo terrorista, enviar un mensaje a todos sus enemigos y asegurar el retorno de sus ciudadanos. Israel justificadamente se encuentra en un verdadero estado de guerra, no simplemente en otra ronda más de intercambio de golpes con Hamás. El impacto psicológico de estos ataques crea una cobertura política y una demanda política para que Israel vaya mucho más lejos que en el pasado, esté dispuesto a pagar y a imponer precios que antes no había contemplado, y haga todo lo posible para perseguir a los involucrados. Las Fuerzas de Defensa de Israel ya han comenzado a bombardear la Franja de Gaza, pero una vez que terminen de limpiar las ciudades israelíes de militantes de Hamás, centrarán toda su atención en Gaza. El ejército israelí ha llamado a filas a 300,000 reservistas desde el sábado, una cifra que sugiere preparativos para una posible invasión de la franja. Netanyahu también será presionado por la extrema derecha que incorporó a su coalición de gobierno para que adopte una respuesta de línea dura. Sin embargo, no parece una coincidencia que el fallo de inteligencia que supuso este ataque tuviera lugar cuando el gobierno, escorado a la extrema derecha, estaba dividiendo a la sociedad israelí con polémicas reformas judiciales y cuando buena parte de ex funcionarios y oficiales de los estamentos de defensa e inteligencia del Estado se oponía a ellas. Por la seguridad de Israel, el primer ministro haría bien en atender los llamados a formar un gobierno de unidad nacional y reemplazar a los extremistas en su gobierno con voces más moderadas y sensatas.
Y mientras tanto, y a manera pie de página, el gobierno mexicano, que ya anunció el secuestro de tres ciudadanos mexicanos, emitió a través de la cancillería mexicana un comunicado anémico e impresentable que obvió la condena a Hamás y su terrorismo. La cancillería -y algunos de mis ex colegas diplomáticos de carrera con los que invariablemente reñí por este tema durante décadas- siempre ha tenido un ADN, un cableado estructural, que le impide irreflexiva y sistemáticamente señalar a Hamás como grupo terrorista. El que suceda de nuevo ahora no sorprende y tampoco el que el presidente de México, de manera deplorable, se niegue a condenar por nombre a Hamás. Ésta es la cara de la política exterior mexicana hoy: un presidente que no llama a Putin agresor, invasor y violador del derecho internacional, que no llama dictadores y autoritarios represivos a Díaz Canel, Maduro y Ortega, y que ahora se resiste a llamar terroristas a Hamás. Pero que ocurra en momentos en los cuales el peso, la reputación y credibilidad diplomática mexicana están por los suelos cortesía de López Obrador, es otro clavo en el ataúd de la no política exterior de este gobierno mexicano. ¿Y así quieren que Israel proceda con las extradiciones que éste les ha solicitado?