El pueblo estadounidense ha hablado. Y el sonido es cacofónico. Las elecciones tienen como propósito contrastar opciones y resolver diferencias. Pero cualquiera que gane en la contienda presidencial estadounidense, ya sea Donald Trump o Joe Biden , un proceso que se dilatará varios días más como mínimo, heredará un país fracturado, polarizado, tribalizado -como no ocurría desde la guerra civil estadounidense- en el que cerca de la mitad del electorado rechazará la legitimidad del ganador. Y podría ponerse aún peor la cosa.

Al igual que en 2016, la elección presidencial de Estados Unidos parece que se reducirá a lo que ocurra en los tres estados bisagra clave de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Las únicas novedades -y disrupciones- son que Arizona, un estado hasta hace poco Republicano, se ha decantado por Biden y que Georgia, un estado que se tiñó de rojo carmesí durante casi tres décadas, podría estar en juego por primera vez desde 1992, cuando Bill Clinton se la arrebató al GOP en el colegio electoral. La otra gran diferencia entre ahora y hace cuatro años es que llevará días contar todos los votos, en virtud del alud de boletas por correo postal. Mientras tanto, los Republicanos ya han presentado al menos dos recursos de amparo en Pennsylvania el mismo día de las elecciones para impugnar la legitimidad de los votos por correo, intuyendo que podrían ser mayoritariamente a favor del ex vicepresidente. De hecho, fiel al script previsto, Trump salió la madrugada del miércoles a dar el previsible y anticipado madruguete electoral, declarando -falsamente- que ha ganado la elección, afirmando sin prueba alguna que está en curso un fraude electoral y prometiendo detener el conteo de votos en curso. La situación tiene todos los ingredientes para convertirse en una batalla campal prolongada, al igual que lo ocurrido a lo largo de un mes en Florida en 2000 y que finalmente se resolvió cuando la Corte Suprema detuvo el recuento.

¿Cómo llegamos a esto? Las encuestas previas a la votación sugirieron que Biden ganaría por un margen cómodo. Existe una posibilidad razonable de que aún gane el colegio electoral una vez que se cuenten todos los votos en esos tres estados del otrora llamado “muro azul”. Además, parece que se dirige a una victoria en el voto popular mayor que el margen de 3 millones que obtuvo Hillary Clinton en 2016. Pero la cotnienda está mucho más apretada de lo que pronosticó cualquiera de los modelos estadísticos, incluidos los números internos de la campaña de Trump. Esto ocurre después de que los encuestadores hicieran ajustes considerables para corregir la subrepresentación de votantes blancos de cuello azul en el medio oeste del país y tomar en cuenta la forma en que la educación afecta los patrones de votación así como el voto de closet trumpiano, después de la debacle de la encuestas en 2016. Y la clara victoria de Trump en Florida se construyó a lomo de votantes hispanos, especialmente de origen cubano, en un indicio de que ese bloque socio-demográfico podría -a pesar de su peso en la victoria de Biden en Arizona- ser más fluido de lo que las encuestas sugieren y los Demócratas piensan. Y por ello tampoco habría que descartar la posibilidad de que los encuestadores y analistas también hayan sobreestimado la alta proporción Demócrata en las boletas por correo que todavía se están contando en esos tres estados que definirán la elección. Asumiendo que no pierde ningún estado que votó Demócrata en el colegio electoral en 2016 (Nevada, el único que falta), Biden podría darse el lujo de perder uno de esos tres estados, incluido Pennsylvania, y aún así ganar las elecciones, pero ciertamente no más a menos que lograse ganar Georgia.

De cualquier manera, Estados Unidos enfrenta dos peligros, uno inmediato y el otro estructural. El primero es la judicialización de la decisión del resultado, detonado por el “espejismo rojo” en esos estados bisagra, resultado de que el voto a boca de urna el martes favoreció -como estaba previsto- a Trump, lo cual lo tenía a la cabeza en dos de esos tres estados (Michigan y Pennsylvania) pero cuya ventaja potencialmente engañosa se irá reduciendo a medida que se cuenten los votos por correo postal. Esto es lo que le da a Trump una ventana para martillar que las boletas por correo son fraudulentas y solicitar que algunas de ellas se desechen.

El segundo peligro, y el más pernicioso, es la legitimidad de todo el sistema en un país partido en dos, con un partido de la restauración -y del agravio blanco, uno que añora el pasado y quizá ya convertido en el nuevo partido de la clase trabajadora- chocando con el partido de la transformación, uno que refleja el futuro sociodemográfico del país. Y con ello, un mandatario que le he pintado el dedo al país, a buena parte de su sociedad y a las normas y principios democráticos de la nación, dispuesto a poner en tela de juicio a la integridad del proceso electoral y jalar del hilo democrático hasta reventarlo si es necesario. Durante cuatro años, el presidente Trump ha tratado de socavar las instituciones de una sociedad democrática, pero nunca tan descaradamente como en la madrugada del miércoles. Su intento de reclamar falsamente la victoria y de subvertir la elección misma al pedir el cese del conteo de votos representa la más grave de las amenazas a la estabilidad del país y la potencial bananerización de la democracia estadounidense. Si Trump gana el colegio electoral, será la segunda vez que lo haga con una minoría de los votos y la única vez en que un presidente es electo y reelecto habiendo perdido el voto popular. Si Biden finalmente lo hace, heredará un país profundamente escindido que será difícil de gobernar, especialmente con el Senado en manos Republicanas.

Cualquiera que sea el desenlace electoral -y constitucional- final, la elección ha puesto de relieve las profundas fisuras tectónicas de un país -una de las democracias más solidas de la historia- quebrado política e ideológicamente, y confrontado por dicotomías primarias. Parafraseando la sabiduría destilada de casi cualquier civilización en el mundo, si las cosas no pueden doblarse, eventualmente se romperán. ¿Tendrá Estados Unidos la capacidad para doblarse en los días, semanas y años por delante? Habrá que apretarse los cinturones.

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