Reflexionar sobre el año que ha concluido y tratar de otear el horizonte para divisar lo que nos puede deparar el año que arranca no es tarea fácil. Cada uno de nosotros tiene su lista particular y privilegiada de temas, oportunidades o retos que confrontar, tanto en la esfera de lo personal como con respecto a temas que nos afectan como individuos, sociedades y naciones.

El 2019 ciertamente cerró como un año turbulento más de una década ya de por sí agitada y perturbadora que concluirá en 11 meses. Soy pesimista -a pesar de logros innegables alcanzados (por mencionar solo dos de ellos, el seguir abatiendo la pobreza extrema en el mundo o el creciente empoderamiento de grupos sociales y de las mujeres a través del movimiento #MeToo)- en gran parte porque hemos fracasado en confrontar los grandes retos existenciales que nos afectan como comunidad internacional, empezando por el calentamiento global inducido por la actividad humana. La comunidad científica internacional ha advertido que estamos cerca de un punto de no retorno, pero aun así las acciones de naciones, gobiernos y sociedades siguen siendo parciales, parsimoniosas y timoratas, y en algunos casos, como el de Estados Unidos, incluso van en reversa. La década arrancó con aires de libertad en el Medio Oriente y el norte de Africa pero en este, su último año, se perfila, con las acciones tomadas por Donald Trump contra Irán, un potencial conflicto regional en ciernes que podría detonar ondas expansivas de violencia e inseguridad internacionales. La democracia liberal está contra las cuerdas, en parte como resultado de líderes autoritarios, demagogos y chovinistas en EE.UU, Brasil, Hungría, Turquía y Filipinas, junto con la amenaza que el uso de las redes sociales como plataformas -incluso armas- de desinformación y polarización conllevan para sociedades y naciones. La xenofobia y reacción violenta contra refugiados y migrantes se profundizó y amplió, incluyendo a países como el nuestro que han sido históricamente expulsores de migrantes. Y el peligro de que Trump sea reelecto este año agregaría gasolina a un contexto global combustible. No hay que olvidar, como bien apunta el académico Yascha Mounk, que los populistas siempre son más peligrosos cuando se reeligen, y a éste lo tenemos de vecino.

Víctor Hugo escribió que “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Y cara al 2020 hay cuatro efemérides en el trascurso de este año que encierran -sin menoscabo de muchos otros temas, de manera prioritaria, el tenor y rumbo de la relación con EE.UU- una oportunidad para detonar una reflexión profunda en México en materia de política exterior.

Primero, con el centenario del inicio de la Prohibición al consumo del alcohol en EE.UU, es menester que las lecciones de esa política fallida se procesen. Pocas políticas públicas en los siglos 20 y 21 han fracasado de manera tan rotunda como la prohibición contra las drogas ilícitas, particularmente la cannabis. Seguir aplicando el paradigma prevaleciente -tanto a nivel de la mayoría de los Estados como en la propia Organización de las Naciones Unidas- de presupone que reducir oferta disminuirá consumo, equivale a la definición de la locura: es hacer lo mismo una vez tras otra y pensar que los resultados serán distintos.

De entrada, los países y Naciones Unidas tendrían que descartarlo y transitar hacia paradigmas de reducción del daño. Y México debiera declarar pública y oficialmente, tanto ante Washington como en la ONU, que dejará de invertir su cuota ‘churchilliana’ de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor en erradicar y asegurar cannabis, y que canalizará esos esfuerzos y recursos a mitigar daño y combatir las sustancias más perniciosas y a los grupos más violentos. Segundo, con el 75 aniversario de la creación de la ONU, habrá que seguir insistiendo en la importancia que tiene la política exterior para México.

Para una nación cuya diplomacia privilegió desde la creación de ese organismo -y durante décadas- a la política multilateral, el argumento default de que “la mejor política exterior es la política interna” debe

dejar de ser premisa de política pública y quedarse en el cajón de los enunciados de campaña electoral. Es más, el aniversario debería aprovecharse para dejar de pauperizar la huella y perfil internacionales de México, así como para desmomificar y desmitificar principios de política exterior a la luz de los retos y oportunidades que hoy -y no los de la década de los sesenta o setenta- abre el siglo 21 para nuestro país. La nostalgia por un supuesto y mítico pasado de oro, que también incluye a la diplomacia, nos impide reflexionar sobre futuros posibles y al mirar al 2020, no hay que perder de vista que no hay reloj que de vueltas hacia atrás. Con este aniversario fundacional de una organización en la que México ha jugado un papel importante en el pasado, hay que recordar que para un país como el nuestro que no es una potencia global, hay dos opciones: o nos sentamos a la mesa o estaremos en el menú. Por ello celebro la decisión de que México vuelva a presentar su candidatura al Consejo de Seguridad de la ONU, amén de que para ello tendremos que prescindir de dogmas y muletillas de política exterior tan en boga en estos días. Y tercero, en 2020 observaremos dos momentos seminales -e interconectados- del siglo 20: el 75 aniversario del uso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y el 50 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de No Proliferación Nuclear (TPN), del que México fue pieza clave. No solo debieran ser ambas coyunturas un acicate para repensar prioridades de la gestión de gobierno, sino también para que México redoble sus esfuerzos y liderazgo diplomáticos en momentos en que EE.UU y Rusia están erosionando y resquebrajando el andamiaje internacional en materia de desarme, tanto de misiles intermedios (Tratado INF) como de misiles intercontinentales (Tratado START).

En este año que comienza, no debemos confundir movimiento con acción, como tampoco hay que perder de vista que las brújulas solo sirven si se sabe a dónde se quiere ir. Pero México bien puede establecer, en torno a estas efemérides seleccionadas aquí y otros temas prioritarios de nuestra política exterior, una hoja de ruta diplomática para 2020 que abone a nuestros intereses nacionales y a lo que debiera ser nuestro peso internacional. Es cosa de no desperdiciar esas oportunidades.

Consultor internacional

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