En México no existe el secuestro. No admitido oficialmente. No en el discurso público. Sin embargo, el 62% de los mexicanos percibe que las prácticas y políticas de seguridad en el país fracasaron.
En un solo fin de semana, por ejemplo, en México se percibió el infierno: 12 personas muertas, 76 vehículos incendiados, 31 comercios quemados, infinidad de bloqueos y al menos una docena de lesionados en las entidades de Guanajuato, Chihuahua, Baja California y Colima.
En este extraño país del “no terrorismo”, nos acostumbramos a la violencia espectacular. En algún momento, la delincuencia organizada rompió las reglas no escritas de concentrar la violencia contra sus rivales y extendió los ataques contra los civiles con un objetivo muy claro: inspirar miedo.
Así, grupos organizados como el Cártel del Golfo, los Zetas, Caballeros Templarios e incluso los Autodefensas de Michoacán comenzaron a emplear ataques terroristas.
Los expertos en defensa se jactan de remarcar que sólo es un subconjunto de sus acciones. No obstante, en el plano real, cotidiano, esto se traduce en que sí existen prácticas terroristas para tres principales fines: buscar el control del territorio, disuadir a las autoridades de interferir en sus negocios y “calentar la plaza”, como se le llama a atacar en áreas controladas por los rivales para atraer la atención de las fuerzas de seguridad.
Las acciones para maximizar el miedo empleado por las organizaciones del crimen organizado comprenden desde violaciones a reclutamiento forzado, asesinatos selectivos, secuestros, empleo de artefactos explosivos en lugares públicos, tortura y ejecuciones.
Existe un largo y cruento recorrido de la desaparición de cuerpos en ácido, como se popularizó en 2008, a la exhibición de víctimas con evidentes huellas de tortura en lugares públicos, o las ejecuciones con una alta dosis de impacto gráfico como las balaceras en funerales o la sustracción de las víctimas de sus casas en medio de escenarios altamente visibles. Sembrar terror. Esa es la misión.
Algunos atribuyen que estos crímenes son altamente impactantes y que quienes los perpetran no tienen gran preparación ni recursos. Sin embargo, si existe una logística muy cuidadosa en qué y cómo amedrentar a pobladores de determinadas localidades. La quema de Oxxos, por ejemplo, no resulta fortuita: la connotación es que pueden atacar a la tiendita de la esquina, a la cercana a nuestras casas e intereses.
Y atrás del fuego, de la espectacularidad y la alarma, suelen dormir peores ilícitos. Tras las cortinas de humo se esconden fallidas políticas de seguridad, alarmas no resueltas de corrupción, clamores populares contra la inflación y desempleo…y si: también industrias criminales muy lucrativas como el secuestro.
Las organizaciones no gubernamentales mencionan conservadoramente que existen cuatro secuestros al día y que las entidades donde más se perpetran tales delitos están en Veracruz, Estado de México, Ciudad de México, Puebla y Morelos.
Pero lo que nadie se atreve a pronunciar es que cada día aparece al menos una nueva manera de generar delitos de alto impacto social como secuestros virtuales, cibercrímenes y trata de personas. Son redes inconfesables de impunidad y lucrativos negocios para los grupos delictivos a los que no les importa que el terrorismo se borre o no por decreto oficial.