En 1990, Michael Porter, uno de los autores de competitividad estratégica más reconocidos del mundo, preveía en su libro “La Ventaja Competitiva de las Naciones” la importancia de la competitividad local de los países ante la globalización de los mercados. Destacaba en aquel entonces la relevancia de los clústeres industriales y el rol que podían desempeñar en el grado de competitividad de las economías.
En un mundo con cambios geopolíticos y tecnológicos importantes, vale la pena reflexionar sobre el impacto de los clústeres en la economía regional y global. Un clúster es un grupo de empresas geográficamente cercanas, con características comunes o complementarias, y que pueden pertenecer o no a una misma industria.
La pertenencia a un clúster suele tener, para las empresas participantes, muchos beneficios como acceso relativamente fácil a suministros, recursos de producción, así como a talento y conocimiento competente dentro de una cierta enmarcación geográfica. El clúster trae también consigo un importante efecto en la competitividad: las empresas que compiten de forma directa dentro del clúster buscan constantemente diferenciarse para permanecer vigentes. De esta forma, suponiendo la existencia de un ambiente microeconómico propicio y estable, los clústeres pueden definitivamente contribuir a la prosperidad de una región.
Sin embargo, es importante considerar que la productividad de un clúster no descansa en la industria en la cual las empresas pertenecen, sino en la forma como éstas compiten. La historia económica demuestra que a través del uso de métodos avanzados de manufactura, alta tecnología, innovación y la oferta de productos o servicios diferenciados, se puede elevar el nivel de productividad de la empresa.
En el caso de México, su industria se ha beneficiado por muchos años de su proximidad al mercado estadunidense y un relativo bajo costo de mano de obra. También es cierto que a lo largo del tiempo se han desarrollado capacidades de producción cada vez más sofisticadas que permiten tener respuesta rápida ante cambios en la demanda. Sin embargo, la constitución formal de agrupaciones de empresas o clústeres dentro del país, como lo es en el caso automotriz o aeroespacial en los últimos años, ha contribuido de forma importante también a elevar el nivel de productividad de dichas agrupaciones.
Así pues, es motivo de celebración el esfuerzo que se está realizando en las diferentes regiones del país para constituir dichas asociaciones de empresas que buscan mejorar el nivel de productividad y competitividad de sus regiones. Esfuerzos como el del clúster automotriz de Nuevo León, Querétaro o San Luis Potosí, por mencionar algunos.
Sin embargo, el reto de permanecer vigentes y competitivos es enorme. Los inminentes cambios en los sistemas de producción debido a avances tecnológicos como la manufactura aditiva, la sensorización, la ciencia de datos y las cada vez más relevantes técnicas de inteligencia artificial, imponen mayores presiones para la vigencia y perfeccionamiento de esta competitividad. Aún más, si a esto consideramos el cambio tectónico en industrias como la automotriz, donde existe una clara tendencia hacia la electrificación del tren motriz y la nueva aparición de soluciones de movilidad, el reto se antoja aún más complicado.
De esta forma, el concepto de clúster y la conexión iniciativa privada, universidad y gobierno son ahora más importantes que nunca. Sólo en un entorno que favorezca una competencia sana entre las empresas y al mismo tiempo encuentre mecanismos de comunicación y colaboración entre las mismas, puede hacer frente a los cambios que se avecinan.
Profesor del área de Dirección de Operaciones de IPADE Business School