A pocos días de terminar 2024, las piezas del ajedrez global se mueven rápidamente. En Estados Unidos, el presidente electo ha anunciado que impondría aranceles de 25% a todas las importaciones provenientes de México y Canadá desde el primer día de su mandato y hasta que sus socios comerciales no den soluciones claras al problema del tráfico de drogas. En el mismo mensaje, Trump también ha hablado de aranceles adicionales de 10% a todo producto cuyo origen sea China.
En paralelo, diversas voces de políticos en Canadá hablan de la posibilidad de rehacer el tratado de libre comercio con los Estados Unidos, pero sin México como socio comercial.
En el sur de nuestro continente, sin embargo, las cosas parecen pintar diferente. Después de años de negociaciones, la región del Mercosur, integrada por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay ha alcanzado un acuerdo con la Unión Europea para facilitar el intercambio comercial de bienes lo que beneficiaría a cerca de 800 millones de personas que viven en ambas regiones.
Mientras el presidente electo ha decidido poner aranceles a la importación de vehículos provenientes de México, la región del Mercosur ha decidido levantar estos aranceles y, además, dar facilidades de acceso a materias primas, incluyendo litio, a los fabricantes europeos de autopartes y automóviles. Se trata en este caso de un movimiento estratégico de Europa para reducir su dependencia de las cadenas de proveeduría chinas y en paralelo aumentar la competitividad de la comunidad europea como bloque en esta reconfiguración del escenario global.
La pregunta es si: ¿Norteamérica decidirá competir en este escenario como bloque?, o terminará cada país haciéndolo por su cuenta. Ni las nuevas políticas del presidente electo Donald Trump ni estas voces disidentes en Canadá parecen apuntar, desafortunadamente, en la segunda dirección. La gran mayoría de los analistas coinciden en que el alza en aranceles provocaría un aumento inmediato en el precio de los automóviles y, con ello, un impacto generalizado en la inflación de los Estados Unidos. Aún más, intentar que los fabricantes de automóviles estadounidenses compitan en un nuevo escenario global, sin el soporte de un bloque económico norteamericano, puede significar un reto mayúsculo.
Al final del día, la verdadera competencia de los Estados Unidos no está al sur del país, sino al otro lado del mundo, en China, donde desde hace casi tres décadas echaron a andar un plan con el objetivo de convertir a la industria automotriz china en una referencia global y parece que lo están alcanzando. BYD, por ejemplo, en un reciente comunicado ha dicho que está en camino de alcanzar su objetivo de vender 4 millones de vehículos este año, lo que lo pondría por encima de empresas como Honda o Ford. El plan de electrificación de su industria, sin duda, avanza a pasos acelerados.
Bill Russo, el ex CEO de Chrysler en China comentó en una ocasión: “el problema de China con el motor de combustión interna es que siempre estuvieron jugando a correr y alcanzar…Ahora es Estados Unidos quien tiene que jugar este juego con los autos eléctricos”.
El nuevo gobierno de los Estados Unidos tendrá que decidir si prefiere competir protegiendo a sus empresas y de manera aislada, o bien, fortaleciendo un bloque económico que ha funcionado relativamente bien en los últimos veinte años.
Profesor del área de Dirección de Operaciones de IPADE Business School