Hace poco más de 30 años, Miguel León Garza, profesor decano del IPADE , escribió en su libro ‘Vocación industrial de México’ que la juventud y el talento de la mano de obra mexicana podía servir como palanca para el desarrollo industrial del país, en un momento en el cual México buscaba su lugar dentro del bloque norteamericano de cadenas productivas.
Hoy el contexto del país ha cambiado de manera significativa. De ser un país con gran dependencia petrolera, nos hemos convertido en un importante centro de manufactura en la región y, en algunos sectores, el alcance es global. La apertura de México y la firma de importantes tratados comerciales han abierto la puerta a cuantiosas inversiones que han ayudado al florecimiento de industrias de alto valor agregado, como la automotriz o la aeroespacial.
En este contexto, México ha sabido competir como país manufacturero. Su principal atractivo ha sido el acceso a una mano de obra educada y relativamente barata, pero también una ubicación geográfica privilegiada, por estar junto al mercado más grande del mundo y por la cercanía de sus zonas industriales a distintos puertos marítimos.
Sin embargo, desde la década pasada, con el advenimiento de la cuarta revolución industrial y, ahora, con la crisis provocada por la pandemia del Covid-19, cabe preguntarse si México debería replantearse su rol industrial en el mundo.
La industrialización de un país o de un sector se entiende no sólo por la cantidad de fábricas que se instalan, sino que es un concepto mucho más amplio. En realidad, industrializar significa organizar la actividad económica alrededor de la producción o manufactura de bienes a gran escala. Industrializar requiere no sólo seguir ciertas pautas o procesos, también desarrollar la tecnología necesaria (maquinaria, herramentales, troqueles, etc.) para producir de manera rápida y eficaz.
Industrializar requiere desarrollar y expandir la base de conocimientos técnicos que permitan aumentar productividad y acelerar curvas de aprendizaje. La industrialización, como la historia nos lo ha mostrado, incrementa la riqueza de las naciones, aumentando el empleo y, lo que potencia a su vez, al sector de servicios.
La cuarta revolución industrial nos exige construir una serie de capacidades que México aún no tiene o se encuentran en estado incipiente y necesitan ser aceleradas.
El concepto de Industria 4.0 trae consigo una revolución digital holística en los procesos de manufactura y en este sentido, tecnologías como la manufactura aditiva, la robótica colaborativa y el internet de las cosas (IoT) se convierten en tecnologías clave para potenciar esta digitalización. Con costos de sensores cada vez menores, se espera una mayor proliferación de activos (plantas y equipos) altamente interconectados, que tienen el potencial de generar una gran cantidad de datos que requieren ser procesados y analizados con el propósito de reorganizar y optimizar los procesos productivos.
Pero hacer esto no es sencillo. Se requieren nuevas capacidades y habilidades, que van desde la analítica de datos y construcción de modelos de inteligencia artificial, hasta el uso de blockchain y la protección integral de los activos ante el riesgo de ciberataques, entre otros. México, por tanto, requiere no sólo convertirse en un hub de manufactura avanzada en la región, sino también en un hub de innovación y creación de conocimiento.
Se trata de un esfuerzo que podrá tomar años en concretarse, con una colaboración activa entre gobierno y sociedad. Pero no se logrará si no se empieza hoy, ante la apremiante necesidad de reactivar nuestra economía y crear un mayor número fuentes de empleo de mayor calidad.