Carlos Monsiváis comentaba a propósito de la matanza en Aguas Blancas, Guerrero (1995), perpetrada como fenómeno quasi normal por el Estado Mexicano, el valor de las imágenes. La nación se conmocionó cuando se mostraron las brutales fotografías del suceso; de poco habían servido los artículos periodísticos. En el mismo tenor, recuerdo, palabras menos, palabras más, el epígrafe de un libro de anatomía: ¿Sirve un libro sin ilustraciones?, pregunta Alicia, personaje central del libro Alicia en el país de las maravillas. Una imagen, un retrato, un cuadro o un dibujo pueden hablar y expresar más que mil palabras.
Días atrás me topé con una noticia, Gente pagada para nada (El País, abril 04 2021) la cual incluye, al inicio, una fotografía de Shoji Morimoto con un gran tapabocas, sombrero de beisbolista y las manos dentro de una sudadera. Shoji, de pie, en la calle, ve a la cámara. Detrás de él, en las paredes, lo acompañan varios grafitis. A su lado, sendos letreros en color amarillo completan la imagen: For Rent y uno más en japonés. “Shoji Morimoto, un hombre que se alquila para no hacer nada”, reza la leyenda bajo la fotografía.
Shoji, 37 años, es licenciado en Física y cuenta con posgrado en terremotos. Se alquila para no hacer nada; acompañar es su oficio. En tiempos líquidos sí importa el hecho de que una persona con posgrado se alquile, no porque valga más haber estudiado sino por la realidad implícita en la palabra sin: sin empleo, sin casa, sin techo, sin contertulios.
Reza la noticia: “En 2018 anunció en Twitter que se alquilaba para no hacer nada y le llovieron ofertas de trabajo”. Se promociona así: “Alquilo una persona (yo) que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Sólo debes pagar 10,000 yenes japoneses, gastos de transporte y la comida y la bebida. No hago nada que no sea comer, beber y dar respuestas simples”.
Shoji tiene 256,000 seguidores y ha desempeñado su oficio con éxito realizando actividades sencillas como aplaudir a un corredor de maratón, integrarse a un grupo de gente y hacer bulto para despedir a una persona que cambiaba de ciudad, platicar con quien lo alquiló mientras va de compras, o para escuchar a una persona recién divorciada… (los puntos suspensivos son míos).
La soledad es una enfermedad cada vez más frecuente. Tanto así que Reino Unido creó, en 2018, una Secretaría de Estado para la Soledad y Japón hizo lo propio este año, el Ministerio de la Soledad. Dichos espacios son necesarios; en el futuro, pienso, se crearán en otros países, sobre todo en aquellos donde las tasas de suicidio son elevadas, nuevos Ministerios. Mientras tanto, en tiempos covid, en un mundo híper comunicado sin comunicación, vale la pena cavilar en la soledad, sobre todo la de los viejos. ¿Habrá evitado algún o algunos suicidios Shoji?, o bien, gracias a su chamba ¿no se suicidó? Las preguntas no son absurdas: Japón es una de las naciones con mayores índices de suicidio.
Me hubiese gustado conocer la opinión de Monsiváis sobre la neo humanidad y la necesidad de vincular imágenes y palabras. La de Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, la infiero, o más bien, creo inferirla: el poder de una imagen explica y retrata tanto el agobio de la condición humana como la belleza de la Naturaleza. Mientras tanto, bien vale la pena reflexionar en el mensaje y en la labor de Shoji. Su labor, no despreciable, se resume en una palabra: acompañar.
En la actualidad, la soledad es un mal in crescendo. Pocos la gozan, muchos se asfixian. “El hombre es un ser social por naturaleza” escribió hace 25 siglos Aristóteles. Dicha idea sigue vigente. Me adjudico la libertad de adaptarla a nuestros tiempos, “La mujer y el hombre son seres sociales por naturaleza”. Quienes buscan a Shoji lo viven.