Una de las apuestas, antes sotto voce, ahora disfrazadas, de quien es ostentan el Poder, radica en modificar al ser humano. No en lo físico — aún no pueden—, sí en su servilismo y en su forma de relacionarse: siempre lo han hecho. Suplir al Homo sapiens, “hombre que sabe”, y bregar cada vez más por el Homo faber, “hombre que hace o fabrica”, es la meta. La técnica como credo ordena; ordena y desprecia valores humanos ancestrales. Abrevar de la técnica y socavar “lo humano de lo humano” es el objetivo. Modificar las entrañas del individuo y alejarlo de la colectividad como marco de vida, de relación entre un ser humano y su par es leit motiv de los dueños del Poder. El advenimiento de la Inteligencia Artificial (IA) es ¿virtud o demonio? Acerca de sus peligros ha advertido Yuval Noah Harari mientras la Unión Europea intenta regular su uso. De nuevo Frankenstein…
Las personas somos sujetos de cambio, somos falibles y maleables. Y somos víctimas. Pero también podemos, al menos quienes tenemos el don de la Voz y la supervivencia cotidiana resuelta, no ser ni falibles, ni maleables, ni víctimas. Quienes carecen de recursos para escapar de las redes del Poder son presas de reglas externas y asumen, por no contar con elementos para “decir no” los dictados de las técnicas y de la aparatología. Son Homo faber. Quienes son dueños de sí mismos y son autónomos cuentan con elementos para responder y negarse a seguir reglas cuando sea menester hacerlo; deberían ser contestatarios. Algunas personas de ese grupo se nutren de valores humanos, éticos, literarios, musicales.
Como crítico de sus tiempos, Nietzsche arremetió contra la falta de serenidad y la pérdida de reflexión de sus congéneres. El autor de La genealogía de la moral, incómodo por el devenir humano, cuestionó el automatismo de las personas y la explotación. Desde la muerte de Nietzsche, en 1900, el automatismo ha adquirido otras caras, todas negativas, además de ser parcialmente responsable de la pérdida de autonomía. El ser humano se resquebraja. La técnica triunfa.
La técnica beneficia y somete. Vivir más de ochenta años, como suele suceder en Occidente, es una prueba de la inmensidad de la técnica. Vivir sometido a los dictados y a las necesidades de la aparatología es una muestra del sometimiento a las órdenes de la técnica. Esa es la cuestión, Shakespeare dixit: beneficios versus sometimiento. Quienes venden tecnología, desde las resonancias magnéticas hasta los teléfonos celulares y sus mil aplicaciones, conocen el know how para granjearse seguidores. Seguidores transformados en compradores que usan y no cuestionan si todo lo que se produce sirve y si todo lo que sirve debe utilizarse. Ese grupo es blanco óptimo de las tecnologías. Los amos de la técnica conocen los medios para conquistar a las personas.
Televisión, IA, Facebook, celulares recién comprados que envejecen tras cruzar la puerta de la tienda, y estar “a la moda” en todas las ofertas técnicas son algunas de las formas de dilapidar una de las grandes riquezas del ser humano, i.e., su individualidad. Evgeny Morozov, autor de El desengaño de Internet, nos alerta. Dos ideas: “Si no estás en Facebook, la NSA probablemente sospeche de ti —NSA: Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos—”; y, “Facebook no es gratis. Lo pagas con tu identidad”.
Al imponer sus reglas la tecnología sepulta principios humanos. La forma de pensar el mundo, de acercarse y mirar al otro, de valorar la Tierra cambia cuando priva la técnica. Y cuando la técnica es quien dicta, el Homo sapiens se achica y el Homo faber es quien habla, quien ordena. El ser humano ha perdido su individualidad. La técnica ha triunfado.