Siete días atrás escribí sobre “lo judío”. Soy judío laico. Al reflexionar sobre temas ríspidos, necesarios, dolorosos intento obviar mi sesgo. A partir del 7 de octubre de 2023 el mundo ha cambiado. La matanza de numerosos israelíes inocentes a manos de los terroristas de Hamas, y la muerte de incontables gazatíes inocentes a manos del ejército israelí y por Hamas ha destrozado las ilusiones a favor de la paz.
La siempre rota relación entre israelíes y oriundos de Gaza se ha deteriorado más. Cada muerto, palestino o israelí, incrementa la hondura del conflicto y nulifica el valor de las palabras. No hay en el lenguaje palabras adecuadas para consolar a los familiares tras las pérdidas de los suyos, la mayoría, inocentes. Madres judías y palestinas, soldados israelíes de 20 años, niños palestinos cuyo negro destino es, paradojas no de la vida, sino de la muerte, el haber nacido en Palestina.
El 7 de octubre será en los años venideros día de luto. La muerte de inocentes a nadie favorece. Seis meses después del atentado la cruenta realidad es preclara: ¿qué hacer frente a los féretros de miles de personas y los restos de seres humanos? Salvo iraníes y los líderes de Hamas instalados en Qatar, todos han perdido. En Israel, otrora nación democrática, el primero que deberá sentarse en el banquillo de los acusados es Netanyahu. De los líderes de Hamas, ¿alguno será juzgado por ser copartícipe en las muertes de sus connacionales? La respuesta es no.
Del entuerto actual sobran culpables. La lista es larga: Hamas, fanáticos pro Yihad Islámica, fundamentalistas israelíes, todas las naciones árabes cómplices —no hacer es en ocasiones peor que hacer—, incluyendo a Egipto al cerrar sus fronteras y a Jordania responsable de Septiembre Negro (1970), colonos judíos fanáticos, Irán, la más siniestra de todas las naciones y los ultras qataríes, cuyo dinero financia a Hamas y alberga a sus líderes en sendos hogares cobijados por empleados mientras dan órdenes a sus terroristas en Gaza.
Gaza e Israel y todos los demás. Universo tóxico el de “todos los demás”: Estados Unidos, Rusia, las naciones árabes, entre ellas, Siria, dirigida por el siniestro sátrapa Bashar Al Assad, cuyas acciones han expulsado a cinco millones de habitantes; Líbano, pobre Líbano, destruido por diversos agentes como Hezbollah, financiado por Irán; Qatar, cuyo dinero hubiese sido útil para alimentar a los habitantes de Gaza en vez de construir túneles y repartir dinero a los terroristas, y el inefable Arafat que robó ad nauseam durante muchos años a sus hermanos gazatíes.
¿Hay esperanza? De haberla se lee en la presencia de figuras israelíes fundamentales como David Grossman, A. B. Yehoshua, Amos Oz y, entre otros, Etgar Keret, cuyas críticas contra la nauseabunda derecha israelí dan voz a sus connacionales libres deseosos de crear el Estado Palestino. Deben escucharse, asimismo, las voces palestinas del finado crítico Edward Said, de Frida Jirys, y del cineasta Basel Adra, que junto con el israelí Yuval Abraham ganaron el premio al mejor documental con No Other Land en el reciente Festival de cine de Berlín.
Cito al imprescindible David Grossman; tras reflexionar sobre la tragedia de dos naciones vecinas, escribe: “Los próximos meses determinarán el destino de los dos pueblos. Averiguaremos si el conflicto, que se remonta a más de un siglo, ha llegado el momento de una resolución, moral y humana”.
La milenaria diáspora judía finalizó con la creación del Estado de Israel, hoy una de la naciones más odiadas del mundo y con el absurdo incremento irracional del antisemitismo. Sobran ideas. Finalizaré la próxima semana.