Tanto dignidad como entereza son valores éticos irremplazables. No hay medias tintas: se tienen o no se tienen. Ambas cualidades se absorben en casa y se fortalecen en el correr de la vida. Cuando oprobio, sordera y sinrazón prevalecen, mantener esos atributos no es sencillo. Quien sostiene su posición —dignidad y entereza— frente a exigencias inadecuadas y baratas merece admiración. Eso suscita en libres pensadores y amantes de la biodiversidad como José Sarukhán, cuyo currículo y trascendencia internacional hablan por sí solos. Su biografía intelectual, la cual se consigue gracias a largas horas de trabajo y estudio interminables, reúne cualidades no sólo no apreciadas por la Cuarta Transformación sino vilipendiadas a pesar de que varios ministros morenistas en función estudiaron en el extranjero.
En el affaire Sarukhán, más allá de su currículo vitae, inter alia, ex rector de la UNAM, miembro de El Colegio Nacional, Premio Nacional de Ciencias y Artes, ex Director del Instituto de Biología de la UNAM, miembro de diversas Academias extranjeras, Coordinador Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (Conabio) durante los últimos 30 años y un largo etcétera, prevalece la admiración. Tras la embestida de María Luisa Albores, titular de la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, quien impuso a Daniel Quezada como secretario ejecutivo de la Conabio, Sarukhán renunció. Albores ignoró, desdeñó y menospreció las propuestas del ex rector, quien sugirió una terna con currículos adecuados para guiar las labores de la Conabio a diferencia del elegido por las huestes morenistas con el aval de Andrés Manuel López Obrador.
Las sinrazones, contumaces y obtusas, del gobierno contra la “lógica de la lógica” impidieron dialogar: ¿por qué imponer a un elemento ajeno, desconocedor del funcionamiento de la Conabio, en vez de una de las personas elegidas por Sarukhán? Aún admitiendo que el gobierno de la 4T tuviese diferencias y antagonismos con Sarukhán, lo apropiado hubiese sido decantarse por quien sabe y conoce en lugar de por quien no sabe y no conoce. La experiencia es insustituible. Se adquiere con el tiempo y en los sitios apropiados.
El asalto a la Conabio es un nuevo atentado contra la nación. La fidelidad, a la cual apelan AMLO y los suyos, es un bien preciado; en más de una ocasión el Presidente ha expresado, tras el nombramiento de algún funcionario público que él opta “por un 90% de honestidad y 10% de experiencia”. Sin embargo, la fidelidad de Albores y Quezada de poco o nada serán útiles en Conabio. Menospreciar la opinión de quien conoce es inverosímil. En un gesto ético ante la rancia política maloliente de los gobiernos mexicanos, Sarukhán postuló a tres candidatos para suplirlo; su actitud fue ninguneada. El dedazo —acto por el cual, sin tomar en cuenta las formas democráticas, se designa a una persona para un cargo público— forma parte de los códigos no escritos de la política de nuestra nación. Sucedía antes, sucede hoy.
Cuando no se concuerda con determinadas situaciones, renunciar es apropiado. En algunos países europeos o en Japón hay ministros que lo hacen si prevalecen las diferencias. En México eso casi no ocurre. No hacerlo supone concordar con la política del dedazo y de la lealtad. El caso Sarukhán es ejemplo vivo del mundo del dedazo.
No hay escuelas dedicadas a enseñar dignidad y entereza. Sarukhán ha demostrado ser dueño de esas cualidades. En la Conabio ejerció sus oficios, arropado por su sabiduría. En los tiempos de la 4T, su renuncia ha ensalzado el valor de la entereza y de la dignidad.
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