Las tradiciones, además de vinculantes, ofrecen valores que se comparten con la comunidad. Lamentablemente, debido a la explotación impuesta por la economía y al imperio con frecuencia negativo de las diversas tecnologías, algunas tradiciones, poco a poco, pierden vigencia. El resultado favorece a los hacedores de dinero y atenta contra la precariedad del precariado: los primeros multiplican sus posesiones y los segundos se empobrecen más; el bienestar material desaparece y el desbalance emocional se profundiza. Binomio dantesco. En medicina, la emergencia de nuevas enfermedades y la imposibilidad de acceder a servicios profesionales adecuados incrementa la pobreza y acentúa el poder de quienes disponen de elementos para enriquecerse, entre ellos, sus fábricas dedicadas a la salud.
Tiempo atrás la medicina tradicional era “más” asequible y “más” universal. Distribuirla adecuadamente redundaba en beneficio de todos. Los nexos son obvios: favorecer la salud individual protegía la salud social; la persona trabajaba y la sociedad se beneficiaba. En la China “antigua” manaba la sabiduría: los pacientes pagaban a los galenos mientras estaban sanos. Al enfermar dejaban de pagar. Los galenos se apresuraban a mejorar y curar a sus pacientes. Al conseguirlo recibían de nuevo el dinero correspondiente.
Desde hace varios lustros los rostros de la medicina se han transformado. Se sigue atendiendo al enfermo; sin embargo, el motto, para incontables fábricas de salud, radica en el lucro. La medicina se ha convertido en una industria. Hospitales, galenos, compañías de seguros, corporativos farmacológicos y abogados obtienen jugosas ganancias. Algunas patologías, debido al progreso de la medicina y al incremento en la esperanza de vida, se han transformado en condiciones crónicas, i.e., Insuficiencia cardiaca, diabetes mellitus, y ciertas neoplasias malignas son ejemplos. Tratar a dichos enfermos por largos períodos reditúa ganancias enormes. Sabedora de esa situación, la industria médica y sus acólitos invierten dinero para mantener vivos, el mayor tiempo posible, a esa población.
La realidad no admite fisuras. La salud se ha transformado en un objeto de consumo. Todo suma: mayor longevidad, modificaciones en el concepto de salud gracias a clínicas ladronas cuya propaganda ofrece esperanzas por medio de terapias que ofrecen detener el envejecimiento, así como la medicalización de la vida, ejercicio que ha conseguido hacer de los no enfermos personas enfermas, i.e., píldoras para el orgasmo femenino, tabletas para eyaculadores precoces, remedios para calvos e insumos para el duelo, producen beneficios económicos. Todo suma a favor de la industria de la medicina: ganan sus dueños. Todo resta en contra de los usuarios: apuestan esperanzas y dinero con el objeto de modificar la incambiable realidad.
El brete es complejo. En la actualidad la medicina impuesta por intereses económicos establece sus reglas sobre el individuo, enfermo o no, como un acto de autoridad cuyos tentáculos se amplifican sin cesar. La medicina tradicional, o la que se ejerce en comunidades apartadas de la civilización, aunque tenga incontables límites es, más solidaria con sus miembros. Hablar del tan mentado y zarandeado derecho a la salud es sueño guajiro.
Educar a la población en el rubro salud debería ser la apuesta de las autoridades. No lo es. Los políticos y sus políticas fracasan. Poco han conseguido; ¿cuántos pobres han logrado vencer el temido binomio pobreza y enfermedad?
Las enfermedades se han convertido en una de las grandes empresas económicas de los dueños del dinero. Lo saben y lo explotan.
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