No deja de llamar la atención la preocupación válida de Andrés Manuel López Obrador acerca de una de sus grandes promesas, la salud de los mexicanos. Quienes leemos la realidad no olvidamos sus apuestas iniciales concernientes al tema. Él y su equipo médico, los encargados de la Secretaría de Salud, intentaron, desde el inicio, en 2019, vender la idea sobre los progresos que México tendría hasta semejar los modelos de salud de Dinamarca, Canadá y Reino Unido. Idea loable, no hay duda. Idea imposible, no hay duda.

En diciembre de 2022 el presidente regresó, como en otras ocasiones, a uno de sus proyectos estrella: “El año próximo, a más tardar a finales, ya tendremos un sistema de salud pública como el de Dinamarca, y puede ser que mejor, donde la atención médica y los medicamentos son gratuitos. En Dinamarca tienen políticas que eran completamente inalcanzables en México porque allá no hay corrupción, como la que había en México”. De nuevo, idea loable, de nuevo apuesta falaz e imposible pese al ideario de AMLO avalado por los jerarcas de la Secretaría de Salud de “importar” médicos cubanos, de los cuales no se sabe lo que debería saberse: su currículum vitae, sus habilidades médicas, su interés por los enfermos mexicanos, su desempeño en Cuba y si seguirán o no el modelo previo de sus colegas, muchos de los cuales, tras laborar en países como Venezuela, “se escaparon” y pidieron asilo en otras naciones.

Dinamarca es una nación con menos de seis millones de habitantes. En México la población es de 130 millones. En el país europeo la pobreza es cercana a cero, es el séptimo más rico del mundo, no existe brecha económica entre pobres y ricos y sólo 12% tienen riesgo de pobreza —indicador relativo que mide desigualdad, que no mide pobreza, sino el número de personas que tienen ingresos menores en relación al conjunto de la población—. En nuestro país, de acuerdo a diversos indicadores, incluyendo el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 46% de la población es pobre y 9% perviven en pobreza extrema; las cifras previas no son exactas, y, desafortunadamente, debido a la pandemia por Covid-19 los números aumentaron, a lo cual agrego “obviedades obvias”: el mayor número de decesos ocurrió en la población vulnerable carente de servicios médicos adecuados, esto es, los estratos más depauperados.

En Dinamarca no hay hambre y toda la población cuenta con agua potable. En México 3 de cada 10 personas enfrentan algún grado de inseguridad alimentaria. Las mujeres y los menores de edad son las capas más vulnerables. De acuerdo a estudios de la UNAM, entre 12.5 y 15 millones no cuentan con agua potable, es decir, cerca del 12% de la población. Los datos previos son contundentes. Las diferencias entre una y otra nación son abismales. La tozudez de AMLO no me sorprende. Me preocupa la connivencia entre sus asesores en materia de economía y de salud, a menos de que me equivoque y estén de acuerdo con las aseveraciones del Presidente.

Pobreza y enfermedad conforman un vínculo inseparable. Imposible hablar de salud cuando casi la mitad de la población es pobre, cuando la inmensa mayoría de los hospitales del gobierno carecen de recursos suficientes para atender a la población, incluso, en ocasiones, de medicamentos “sencillos” o de la parafernalia adecuada para realizar exámenes de laboratorio o radiológicos elementales.

México no es Dinamarca. Nuestra nación requiere, desde siempre, disminuir los niveles de corrupción y los de pobreza. A partir del sexenio morenista nuestro país tiene más pobres.

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Médico y escritor

 

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