López Obrador, y su equipo mucho se arriesgaron el 1 de diciembre de 2018, cuando prometieron “Se hará realidad el derecho a la salud”. Tres palabras: realidad, derecho y salud conforman un trinomio complicado y deseado. Así son algunos bretes: modificar implica complejidad. Ese día López Obrador inició su compromiso con el pueblo mexicano. La salud, tema prioritario para cualquier persona y sociedad, representa uno de los grandes compromisos de cualquier nación. La inmensa mayoría, incluyendo a países ricos, quizás, salvo los escandinavos, reprueba: los servicios sanitarios son escasos y en ocasiones de mala calidad. Estados Unidos como ejemplo: once por ciento de la población carece de seguro mientras que veinticinco por ciento de los estadounidenses no acuden, por su costo, a consulta médica.
En otras naciones como Canadá o Gran Bretaña la lista de espera para ciertos procedimientos, como reemplazo de cadera, es muy larga, en ocasiones, más de un año. Lo que sucede en países muy pobres ha dejado de ser novedad. Mientras que en Japón y Suiza la esperanza de vida es de 86 y 85 años respectivamente, en Angola y Zambia es de 38 años y en Suazilandia es de 31 años. Hablar de Salud y Estado es necesario.
Inicio de nuevo. Mucho se arriesgaron AMLO y sus equipos de Salud y Economía al iniciar su mandato. Prometieron lo imprometible: ofrecieron garantizar a la población atención médica óptima, así como medicamentos gratuitos. El foco de atención inicial serían las zonas más pobres. El culmen pronto llegó: “Poco a poco se irá ampliando el programa hasta que logremos, a mediados del sexenio, establecer un sistema de salud de primera, como en Canadá o en los países nórdicos”. Si bien es imposible que el entonces encumbrado presidente conociese los intrincados vericuetos de la salud, su visión acerca de la pobreza del país, tras haberlo recorrido de esquina a esquina, deberían haberlo alertado acerca de la imposibilidad de fundar un sistema de salud “de primera” cuando más de la mitad de la población pervivía en situación de pobreza o de miseria.
El peso de las palabras es enorme: significan lo que significan. Aunque es factible borrarlas no es la mejor opción. Poco falta para que termine el sexenio. Todo falta para que las palabras del equipo AMLO se conviertan en realidad. Si bien la epidemia provocada por SARS-CoV-2 empeoró la salud a nivel mundial, incluyendo a nuestro país, su vigencia no explica la cruda situación que enfrentan los pobres para recibir atención médica de calidad. No huelga repasar la realidad; durante el acmé de la pandemia, quienes más fenecieron fueron los pobres.
Al equipo de AMLO no le gustó el Seguro Popular creado por Vicente Fox en 2003, sistema por medio del cual grandes porcentajes, sobre todo los trabajadores informales de la población desprotegida, recibían atención médica. Por tal motivo, en noviembre de 2019 el Gobierno creó el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi). De acuerdo a AMLO, el Seguro Popular no funcionaba, y no era, “ni seguro ni popular”. Hace pocos días se anunció la desaparición del Insabi. ¿Por qué no funcionó el Insabi? Planeación inadecuada, falta de recursos, improvisación, magra inversión y dirigentes con escasa preparación. Aunado a lo anterior, debido a las hipótesis de AMLO, quien asegura que la corrupción dominaba la compra de medicamentos mediada por el IMSS, el desabasto de fármacos ha sido erróneo y monstruoso, tal y como lo han denunciado en múltiples ocasiones los padres de niños con enfermedades hematológicas.
El sexenio de AMLO pronto fenecerá. Sus promesas sobre la salud quedaron en promesas.