El impacto humano en la tierra, en los mares y en el cielo es devastador. No hay consenso en cuanto al número de especies extintas por la actividad humana. En cambio, sí hay consenso en un rubro: el incremento actual en la destrucción es más acelerado debido a la mayor necesidad de alimentos. A partir de 1970 la población mundial se ha duplicado. Deforestación, caza excesiva y contaminación del ambiente son las sinrazones fundamentales. La competencia entre especies es otra causa.
De acuerdo a un informe publicado por la ONU en 2019, un millón de especies animales y vegetales se encuentran en peligro de extinción. Kate Bauman, de la Universidad de Minnesota, autora y coordinadora del informe, escribe, “Hemos documentado una disminución realmente sin precedentes de la biodiversidad y la naturaleza, esto es completamente diferente a todo lo que hemos visto en la historia humana en términos de la tasa de disminución y la magnitud de la amenaza”.
Nunca sobra recordar a Aldo Leopold (1887-1948), ambientalista estadounidense defensor de la ética de la Tierra. Leopold advirtió hace ocho décadas: “Una cosa está bien mientras tiende a preservar la integridad, estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Está mal si tiende a hacer lo contrario”. La especie humana es contumaz: no sólo persistimos en el error, lo ampliamos.
Hace una semana se anunció que Dinamarca sacrificará 2.5 millones de visones debido a la infección de al menos 63 criaderos. Las protestas de granjeros no se han hecho esperar. Criar y sacrificar animales, en esta ocasión visones, es una actividad humana normal. Desconozco el número de vegetarianos o veganos pero debe ser inferior a quienes, salvando el escollo económico, ingieren animales. No escribo ni defiendo las razones éticas y salubres de quienes escogen ser vegetarianos. Me preocupa la celeridad, aunque intento comprenderla —“las vidas humanas son sagradas”— de las autoridades danesas de sacrificar visones por ser víctimas de una de nuestras “pandemias vivas”, la del Covid-19, la de nuestra especie.
El sacrificio se concatena con una serie de acontecimientos imponderables. Toda una trama humana, todo un retrato de nuestra condición. En el caso de los criaderos de visones, el orden de los acontecimientos, a diferencia de la regla aritmética, sí altera el resultado.
Leo en el periódico: “Dinamarca es uno de los mayores exportadores de visones del mundo y produce alrededor de 17 millones de pieles al año. Kopenhaguen Fur, una cooperativa de 1,500 criadores daneses, representa el 40% de la producción mundial…”. Comparto otra idea del mismo artículo: “Los científicos aún intentan dilucidar cómo fue que los visones se infectaron y si pueden contagiar a las personas. Algunos pudieron haber contraído la enfermedad de trabajadores infectados”. Los animalistas, clamarán, con razón, que el problema se inicia a partir de la apropiación del ser humano de animales y de la falta de respeto a la vida y a las condiciones en las cuales perviven encerrados los animales destinados a alimentar a la población, a los perros y gallos utilizados en peleas, a los toros criados para satisfacer a los amantes de las corridas, a la costumbre danesa de matar delfines hasta teñir el mar de rojo, a la falta de respeto hacia la Tierra y la naturaleza que ha causado la extinción de incontables especies animales y de plantas, a lo que agrego la disminución y desaparición de insectos en el mundo, y etcétera. Etcétera significa la ilimitada capacidad del ser humano de destruir.
¿Cómo concluir? La voracidad humana es ilimitada e irracional. Es sorda y es salvaje. No tiene fin. Somos nosotros. Los visones no son culpables ni de su piel ni de haber sido contagiados por los animales humanos.