Reciclar es un término quasi nuevo. Ante un planeta agotado y desvalijado por tanta destrucción como el “nuestro” fue necesario crear un término, reciclar, cuyo mensaje, entre otros, es “crear conciencia”. Signifique lo que signifique conciencia, su esencia, su vínculo colectivo, es imprescindible. Recurrir a ella en tiempos crudos ha sido y es costumbre.

Las comillas siempre han sido buenas compañeras. Amortiguan el peso de la realidad. Las palabras entrecomilladas dicen casi todo, no todo. Defiendo, me defiendo: “crear conciencia” es necesario; de ahí la iniciativa de los grupos ecologistas preocupados por la enfermedad de nuestro hábitat, por las amenazas sobre la estabilidad de la Tierra. De ahí las palabras reciclar, reciclarse, reciclarnos. Dichas ideas deberían ser una forma de ser, escuela, y materia obligada en los primeros años escolares e incluso una forma de vida:

Reciclarse: reinventarse/redescubrir/repensar.

Reciclarse: modificar/sumar/restar.

Reciclarse:

Reescribir/borrar/ reescribir.

Reciclarse: A lo largo del tiempo uno muere y nace infinitas veces.

Reciclarse: Nacer y renacer tantas veces como sea necesario. Ése es uno de los retos: encontrar los ingredientes necesarios gracias a los cuales es factible imaginar y crear senderos otrora desconocidos. El estatus quo, la inamovilidad o la ausencia de compromisos daña. Pese a las ideas espetadas por organismos internacionales, por los devotos del creacionismo, por Trump y sus más de sesenta millones de seguidores, por los jerarcas de la inmensa y sufrida China, “ahora tenemos el derecho de contaminar”, la grotesca realidad contemporánea es testiga de las fracturas de la humanidad cada vez más escindida así como de las in crescendo patologías de la Tierra. Reciclarse puede ayudar un poco.

Entiendo, tras repasar las vidas de algunas personas, sobre todo seres resilientes, que dentro de una misma persona habitan más personas. Unas son amigas entre sí, otras son enemigas. Unas viven una existencia plana —caducan, no se comprometen—, otras suben y bajan —renacen, hablan, se comprometen—. Las segundas se reciclan: “son conscientes”. Contagiar dicha conciencia es necesario. En México, entre otros, contamos con las voces y ejemplos de Francisco Toledo, Vicente Rojo y José Sarukhán. Sus miradas deberían reproducirse.

La mutabilidad del mundo y de los seres humanos es tan o más vieja que la historia de la humanidad. Todo es distinto: el mundo de ayer y el de hoy difieren (se reciclan). La humanidad de hace un siglo y la de hoy son distintas (se han reciclado).

Antoine Lavoisier dijo “nada se pierde, todo se transforma”. Lavoisier lo predijo: todo es reciclable. Hay quienes aseguran que incluso Dios, al observar algunos sucesos humanos y otros propios de la Naturaleza, fue cambiando. Dicha idea, a pesar de mi agnosticismo, me gusta. Transmutar es necesario. Reciclarse, tal y como dicen los estudiosos de la Biblia cuando reflexionan sobre los movimientos divinos, implica, aunque duela, aunque pese y cuestione, “ir más allá”.

Desear y mover puede desencadenar sufrimiento. Quienes imaginan y buscan, padecen más que quienes no imaginan. Reciclar exige imaginar. El mundo de hoy exige renovarse. Hoy se agota hoy.

Mañana queda cerca. Las acciones de seres resilientes tienen la facultad de cambiar su entorno cercano y de sugerir posibles vías para mejorar. Ese grupo entiende los significados de la palabra reciclarse. Esas personas deberían acudir a las escuelas primarias a platicar con los pequeños acerca de la obligatoriedad de reinventar los caminos de nuestra especie.

Médico y escritor