En mayo próximo pasado, Etgar Keret, afamado escritor israelí, publicó un artículo cuyo título resumía la tragedia israelí y la de los judíos del mundo: “A Netanyahu sólo le preocupa Netanyahu”. Desde entonces han transcurrido más de dos meses. Todo ha empeorado: los rehenes israelíes, si acaso están vivos, no han regresado; el número de muertos en Gaza crece sin cesar, así como la destrucción de las ciudades gazatíes; soldados israelíes de 20 o 21 años mueren cada día; doce niños y jóvenes drusos fueron asesinados en el Golán mientras jugaban futbol: el cohete provenía del demonio de los demonios, Irán. Y lo peor: ni el execrable Bibi, ni sus diversos Comités, donde participan varios religiosos ultras, se han percatado de la derrota israelí: Ni rescataron a los rehenes, ni acabaron con Hamás: al contrario, conforme pasa el tiempo los han fortalecido. Amén de las dos ideas previas, la cúpula israelí no se ha dado cuenta de otra obviedad: Entre más se prolonga el conflicto, más pierden Israel y los judíos del mundo. Los asesinos de Hamás lo saben: poco o nada les importa sacrificar a su gente utilizándolos como escudos humanos en hospitales, escuelas o parques: la muerte de inocentes les granjea votos. Isreal no miente: Hamás incrementa sus votos asesinando “a su gente”.

Al lado de Hamás, sus socios. Qatar e Irán celebran, sotto voce, las imágenes de los gazatíes muertos a manos del ejército israelí. Pocas críticas se leen en periódicos en contra de los jefes de Hamás afincados en mansiones de lujo en Qatar, lejos de las bombas.

Quizás ahora el título debería ser —perdón Keret—, “A Netanyahu sólo le preocupa que no lo encarcelen”. Deseo que entre a la cárcel. Mi idea, un tanto lapidaria, proviene de la lectura que hago de su ego; junto con Putin, Maduro, López Obrador y Ortega, la autocrítica del político israelí es nula. Se alimenta de los aplausos republicanos en el Congreso de Estados Unidos, pero no repara en la ausencia de demócratas en las mismas graderías. Barniza sus otros yoes con la muerte de terroristas, cuya ejecución no merma el dolor de los padres israelíes huérfanos de sus hijos fallecidos en combate —Pessoa nunca hubiera imaginado a un Bibi—. El asesinato de los terroristas Ismail Haniya (Hamás) y de Fuad Shukra (Hezbolah), no modifica mi postura contra Netanyahu.

La indignidad de Netanyahu (casi) no tiene parangón. La imposibilidad de autocuestionarse y no observar el deterioro de Israel y allende las fronteras de “lo judío” es monumental. Bibi es adalid en el terreno de la judeofobia.

Siembran esperanza las marchas multitudinarias de sus connacionales en varias ciudades israelíes exigiendo su renuncia; me anima el discurso de Hamad Amar, político israelí de origen druso, quien en el Knesset —parlamento israelí—, tras la matanza en Majdal Shams, acusó, sin ambages y de frente al señor Bibi por sus mentiras. Los habitantes de la aldea drusa abuchearon a Netanyahu y a gritos corearon “¡Fuera!, ¡fuera!”, mientras otros drusos portaban carteles donde lo califican de criminal de guerra. Arropado por su nutrido equipo de guardaespaldas huyó en cuanto pudo.

Mientras don Bibi siga siendo Bibi, mientras siga poniendo en primera línea su soberbia, los muertos y la destrucción persistirán. Lo mismo sucederá con el antisemitismo en el mundo: seguirá reproduciéndose.

Modifico el título del artículo: ¿Qué se puede hacer con Netanyahu amén de intensificar las protestas y mostrarle las escenas de sus muertos israelíes? No hay mucha tela de donde cortar, o al menos yo no la tengo... Muchos embajadores israelíes que no comulgan con el sátrapa deberían renunciar por dignidad y humanidad; hacerlo sería encomiable.

Médico y escritor

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