El mantra de Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, “Primero los pobres” es intachable: implica urgencia y deuda. Urgencia consabida por cualquier persona investida de una dosis mínima de ética: el trinomio, enfermedad, pobreza e injusticia es una de las peores lacras existentes. México es execrable adalid en ese rubro. Deuda por la ingobernabilidad ancestral de nuestra nación; si bien no imposible, es difícil encontrar peores cánceres que los representados por los gobiernos anteriores, cuya rapacidad, impunidad y corrupción es madrina de Morena. Otra es la irrespirable pobreza de uno de cada dos connacionales. Sorprende, irrita y ofende a la razón las sinrazones por la cuales expresidentes o ministros ladrones pertenecientes al PRI-PAN-PRD no ocupen alguna celda como sucede en Guatemala y Perú. El cáncer que nos carcome es responsabilidad de esos partidos.
La falta de progreso en relación a la disminución de la pobreza, sin soslayar los efectos negativos de la pandemia por SARS-CoV-2, es responsabilidad del gobierno actual. El mantra, “Primero los pobres”, dista mucho de ser realidad. Unas notas sobre el rubro salud ilustran el brete. Desgloso datos de un artículo recientemente publicado, Comprehensive evaluation of the impact of sociodemographic inequalities on adverse outcomes and excess mortality during the COVID-19 pandemic in Mexico City (Evaluación exhaustiva del impacto de inequidades sociodemográficas en los resultados adversos y exceso de mortalidad durante la pandemia por Covid-19 en la Ciudad de México).
Firmado por dieciséis investigadores pertenecientes a diversas instituciones “de primera línea” dedicadas a salud, docencia e investigación, los resultados del estudio, publicado en una revista internacional, son, siguiendo cánones científicos, fehacientes. Tras aclarar que la Ciudad de México es una de las capitales en Latinoamérica con mayores disparidades económicas, donde pervive una gran masa poblacional en situación de pobreza y en donde la esperanza de vida al compararse con las clases medias y ricas puede tener hasta veinte años de diferencia, el estudio demostró que los daños secundarios a la pandemia se vinculaban con las áreas de mayor densidad de población y con los efectos negativos asociados a la marginalización.
Para facilitar la lectura enumero, por falta de espacio, sólo cinco puntos: 1) El trabajo informal o el desempleo le impiden a la población estudiada acceder a los servicios de salud. 2. La población económicamente vulnerable no tiene la capacidad de mantener la distancia social. 3. La población vulnerable siguió laborando para cumplir con el sustento económico. 4. Se demostró un exceso de mortalidad asociado a Covid-19. 5. El exceso de mortalidad se debe a deficiencias intrínsecas del sistema hospitalario.
La investigación no es ni anti Morena ni anti AMLO ni procede de la extrema derecha ni forma parte de un complot extranjero como ha sostenido en otra ocasión López-Gatell. Los hallazgos son contundentes. Desmienten el mantra “Primero los pobres” y las incontables sandeces espetadas por el subsecretario de Salud. Obligación ética de los miembros de las Secretarías de Economía, Salud, Hacienda y otras sería leer el texto completo y replantear la situación de la salud de los mexicanos pobres.
Recientemente el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria informó que en el último año de existencia del Seguro Popular el gasto per cápita fue de 3,656 pesos, cifra que en 2021 disminuyó a 2,911 pesos. Es incomprensible, a pesar de los efectos adversos secundarios a la pandemia, que el gobierno invierta menos en salud. De persistir esa tendencia, el trinomio, pobreza, enfermedad e injusticia social continuará aumentando. Magra realidad, deplorable retrato de nuestro país.