Ni posverdad ni hackear requieren cursivas. Ambas han sido incorporadas al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. La definición de posverdad es correcta: “Distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. La de hackear es adecuada pero necesita una adenda: “Acceder sin autorización a computadoras, redes, o sistemas informáticos, o a sus datos. Adenda —sigo a Yuval Noah Harari—: los cerebros también se hackean. Aunque posverdad y hackear no están constituidos por la misma materia —no deben sumarse peras y manzanas, aconseja la sabiduría popular— ambas conforman espacios críticos de la “nueva cotidianeidad”. Sus interacciones modificarán al ser humano.

Las noticias falsas son una especie de cáncer: primero distorsionan la verdad y después inventan mentiras. Cuando impera el desconocimiento, las falacias repetidas se convierten en verdad. Las posverdades son tierra fértil: se multiplican y reproducen con celeridad. La desinformación puede más que la información. La posverdad es poderosa: lo intangible se vuelve realidad y lo tangible y real primero se modifica y después se cuestiona. Quien miente en forma patológica, Trump como ejemplo, sabe que su público lo requiere: aunque espete sandeces, no será cuestionado. Según The Washington Post, Donald había mentido cerca de once mil veces desde el inicio de su presidencia hasta junio 2019. Quizás alguno de sus asesores le contó la experiencia de Hitler y el éxito que consiguió al difundir los Protocolos de los sabios de Sion donde se explican los pormenores de la conspiración comunista-judeo-masónica para adueñarse del mundo. Aunque el Führer sabía que eran falsos, explotó la idea y ganó adeptos.

Hackear es un oficio moderno, poderoso y quizás imbatible. El duelo entre hackeadores y antihackeadores es crudo. Con frecuencia triunfan los primeros; en el futuro sus logros se multiplicarán: sabrán todo lo que permitan las personas. Hay una relación directamente proporcional entre el tiempo dedicado a Internet, Facebook, y sucedáneos y la apropiación —expropiación en el futuro— de la persona: sus gustos, inquietudes, dudas, inclinaciones, amistades y consumo pasarán a ser parte de hackeadores. Esa expropiación, de acuerdo a Harari, ha cosechado éxitos, sobre todo, por las amenazas sobre el libre albedrío: “Por ahora, los piratas se limitan a analizar señales externas: los productos que compramos, los lugares que visitamos, las palabras que buscamos en Internet. De aquí a unos años, los sensores biométricos podrán proporcionar acceso directo a nuestra realidad y saber qué sucede en nuestro corazón… y en nuestra actividad cerebral”. Para el historiador israelí, hackear el cerebro puede representar el final de la democracia liberal; para la población, la desaparición del libre albedrío debido al poder de los hackeadores, será la simiente de un nuevo ser humano, incapaz de decidir, y tierra fértil para quienes ostentan el poder.

La posverdad escala, no conoce límites: mezcla realidades y embustes con eficacia e inteligencia; en ocasiones es imposible saber dónde empieza la verdad y dónde la mentira, cuál prevalece y por cuál decantarse. Los hackeadores conocen bien su oficio: al conformar una “nueva voluntad” y eliminar el libre albedrío, las personas se convierten en una masa amorfa, sin posibilidad de decidir, dócil, inopinada. En 1998, The New Yorker explicaba que algunos filósofos estadounidenses habían abierto consultorios para ofrecer terapias de apoyo psicológico y moral y así sustituir a los antidepresivos y a la psicoterapia. El dibujo que acompañaba al texto era inmejorable: en un frasco “viejo” de farmacia, una etiqueta con un signo utilizado por médicos dejaba entrever las pastas de algunos libros: Kant, Platón, Schopenhauer, Ortega y Gasset… Inmensa falta le hace a nuestra especie regresar a esas fuentes y enseñanzas donde ética y valores afines se conviertan en antídotos contra las epidemias posverdad y hackeo.

La verdad y el libre albedrío se encuentran amenazadas. Posverdad y hackear pueden convertirse en una enfermedad imparable. Destapar el frasco y leer o releer los principios que nos forjaron como seres humanos es urgente.


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