La semana previa dediqué mi artículo a la entidad Pos-Covid-19. Por cuestiones de espacio no abordé algunos aspectos. Lo hago ahora.

“Pos-Covid-19 es una enfermedad multi sistémica, debilitante; sus síntomas fundamentales son fatiga, alteraciones cognitivas y dificultad respiratoria. Las personas afectadas no pueden realizar sus actividades cotidianas durante meses o años”, amén de incontables síntomas generales. La afectación impide a las personas desarrollar su vida normal y trabajar, lo que repercute en su vida personal, en su economía y en la de su país.

Las causas del Pos-Covid-19 aún no se conocen. Se han postulado diversas hipótesis: persistencia del virus, alteraciones del sistema inmune debidas a la infección por un fenómeno denominado autoinmunidad, i.e., las células encargadas de proteger al cuerpo lo atacan debido a la reactivación de “virus latentes”, los cuales no producían alteraciones pero, debido al SARS-CoV-2 se activan y dañan, así como fenómenos inflamatorios diseminados en todo el cuerpo.

La ausencia de consenso en cuanto a la etiología del Covid prolongado, así como la multiplicidad de síntomas imposibilitan el tratamiento adecuado. Lo mismo sucede con la falta de pruebas de laboratorio; por ahora no existen métodos para aseverar el diagnóstico. La inexactitud en cuanto al diagnóstico y al tratamiento son las razones por las cuales muchos enfermos son clasificados como portadores de alteraciones psicosomáticas. Las redes ofrecen testimonios del divorcio entre las afectaciones físicas y percepciones de los enfermos versus las opiniones médicas. Falta de comprensión, desprecio, poco interés, incredulidad y enojo, tanto contra doctores como contra instituciones hospitalarias son las frases más repetidas en los medios de comunicación. Dichos testimonios reflejan las consecuencias presentes y a largo plazo de la enfermedad.

La añeja y en aumento magra comunicación entre pacientes y galenos ha aumentado en el grupo en cuestión. Como dato curioso el término Long Haulers —transportista— se ha acuñado para referirse a este subgrupo de enfermos.

Las realidades previas encaran y cuestionan; dado que no se conoce adecuadamente la biología del Pos-Covid-19, ¿qué hacer? La respuesta lógica es atender, prevenir y vacunar a la mayoría de la población tanto en países pobres como ricos. La pandemia actual, amén de haber empobrecido a más seres humanos ha demostrado cuán frágiles son los sistemas de salud en el mundo, sobre todo en países sin recursos; asimismo, ha resaltado cuán fuertes son los movimientos antivacunas en las naciones ricas y la desconfianza en las sociedades pobres acerca de las vacunas.

A partir de la pandemia los sistemas primarios de atención han sido rebasados, las listas de espera han aumentado y las reservas farmacológicas han disminuido. Lo anterior profundiza la crisis y no es ave de buen agüero para los enfermos con Covid persistente. La pobreza genera trampas: no tratar “a tiempo” a los pacientes incrementa sus problemas personales y económicos y los de los sistemas de salud de sus naciones. México no tiene cómo escapar de esa trampa.

En un texto escrito en 1999, Hanson y Callahan postulan las metas de la medicina: 1. Prevenir y promover la salud. 2. Aliviar el dolor y el sufrimiento causado por la enfermedad. 3. Cuidar y curar a quienes padecen y cuidar a los que no pueden ser curados. 4. Prevenir la muerte prematura y posibilitar una muerte en paz. El ideario previo fue escrito por dos eticistas. En ninguna nación se cumplen esos postulados. Acercarse a esos principios mermaría los problemas y, en ocasiones, tragedias de los enfermos víctimas de Pos-Covid-19.

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