EEl plástico ha plastificado a la Tierra y a sus habitantes. La vida de la humanidad se ha plastificado.

Al igual que otros avatares, como gasolina, desodorantes, baterías o cemento, su uso, mal uso y sobre explotación, los plásticos se han convertido en amenaza. Todas las conquistas enunciadas se utilizaron en su momento para el beneficio de la humanidad. Cuando recién empezaron a usarse, no se sabía, imposible pensarlo, lo que sucedería a largo plazo: ¿serían “siempre” provechosos?; ¿era factible cavilar a futuro y cuantificar utilidad y perjuicios en la misma balanza? Misma balanza tiene dos significados. El primero es la humanidad entera, ricos y pobres. El segundo es la madre Tierra, entidad cuya salud o enfermedad depende de las actividades de nuestra especie y de su número. El número de humanos es crítico. En 1950 nuestro planeta albergaba 2,520 millones de personas; ahora somos 7,800 millones.

Pensar primero en el futuro y después en el presente debería ser ético y obligatorio. Humanos y Tierra, somos testigos de la dualidad de nuestras acciones. El tránsito es claro: del usufructo exagerado de gasolina, cemento y plásticos, nos convertimos en víctimas. Comparo las ideas previas con los logros, en Occidente, del envejecimiento debido a avances médicos y a factores sociales. Las personas viven más décadas, pero porcentajes elevados carecen de vidas dignas. La ciencia sigue ufanándose de dichas conquistas. Los viejos olvidados, sin calidad de vida, no dejan de preguntarse, ¿para qué? En el mismo rubro, ¿por qué no disminuir la producción de plástico?

La plastificación del mundo es una realidad. Sirva un ejemplo reciente para entender el brete. La pandemia actual, durante los primeros dos años incrementó el uso de plásticos en clases adineradas. Los servicios a domicilio protegían la comida con bolsas de plástico para cuidar las bolsitas de las salsas mientras que las sopas y las tortas quedaban protegidos por otro tipo de plásticos; en hospitales ricos, y cuando alcanzaban los recursos en los gubernamentales, guantes y otros artilugios inundaron la Tierra con nuevos desechos plásticos, ni con mucho reciclables.

El plástico y sus diversos tipos, polipropileno, polietileno, poliuretano, se han convertido en compañeros perennes. Los plásticos son una amenaza. Comparto unos datos. El primero es demoledor: en el siglo pasado se consideró que el plástico era un milagro; en el siglo XXI es una maldición. Se empezó a producir en la década de los cincuenta. A partir de esa fecha su fabricación se ha disparado: de 2 millones de toneladas métricas en los cincuentas, aumentó a 381 millones en 2015. El 55% termina en la Naturaleza o en vertederos; dado que no se degrada, incrementa la contaminación y facilita el desarrollo de infecciones. El agua estancada alberga mosquitos: zika, fiebre amarilla, dengue, y chikungunya son ejemplos. La mitad de la población mundial corre el riesgo de ser contagiada por los mosquitos que habitan en plásticos. Las botellas de plástico ocupan el primer lugar; cada año se producen 500 mil millones. Muchas se transforman en charolas, en bandejas de comida y en poliéster, productos no reciclables. Agrego lo obvio: es más barato producir que reciclar: sólo 9% del plástico se recicla, obviedad que termina plastificando los océanos: trece millones de toneladas acaban en el mar.

El plástico se ha convertido en una maldición. Producimos, no reciclamos. Contaminamos, no cuidamos. La solución es, a la vez, factible e imposible: reciclar, reutilizar y no verter en la Naturaleza plásticos versus producir menos, ganar menos y actuar a futuro guiados por principios éticos.

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Médico y escritor