Para la UNAM: Hogar inmenso, morada irreproducible.

La ciencia se caracteriza por realizar experimentos precisos y reproducibles. Esas cualidades explican las razones por las cuales crece con lentitud. Así debe ser: el poder de la ciencia, para bien y para mal, es infinito. Agua potable y vacunas versus bombas atómicas y cambio climático. Mayor longevidad y salud versus, debido a la mala distribución de la ciencia, incremento en la pobreza e imposibilidad para acceder a enseres cuyas funciones incrementan la calidad de vida.

La medicina, como se sabe, no es una ciencia exacta, en buena parte por diferencias entre las personas. Hay quienes fallecen o enferman “gravemente” por alguna infección o por determinado proceso morboso, mientras que sus pares, personas con edades e historias de salud similares, no sufren daño alguno. De ahí el viejo refrán, “no hay enfermedades, hay enfermos”.

Los placebos, “sustancia que careciendo por sí misma de acción terapéutica produce algún efecto favorable en el enfermo si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción”, ilustran la problemática referida: hay pacientes que mejoran gracias a los efectos positivos de sustancias no médicas, i.e, sal, azúcar, o bien, por la confianza hacia el médico. Ya en 1572, cuando la medicina contaba con mínimos elementos, Montaigne, comentó, “Algunas personas mejoran por el simple hecho de pensar en la medicina”. Esa observación no quedó en el vacío. A través del tiempo los médicos han suministrado diversos placebos, inter alia, píldoras con azúcar o miel, y bebidas amargas con diversos resultados. Dichas actitudes han dividido a la población médica. Hay quienes opinan que no es ético prescribir placebos mientras otros lo defienden.

Cuando la respuesta es adecuada y el paciente mejora, el doctor tiene la posibilidad, tras estudiar las nuevas molestias, de manejar sus trastornos utilizando fármacos “sencillos”, los cuales producen menos efectos colaterales. Cuando la respuesta es inadecuada, el galeno debe repasar la naturaleza de las cuitas y enfocar el problema con otra mirada. Hace doce años, se publicó en el British Medical Journal, un estudio en donde se invitaba a reumatólogos y médicos generales a responder un cuestionario acerca de los vínculos entre dolor crónico y placebos. Comparto los resultados de la investigación. Para su mejor comprensión los enumero.

La investigación se realizó por medio de una encuesta. De los 1200 médicos a quienes se les mandó el cuestionario 679 contestaron. 1) Sesenta y dos por ciento respondieron que sí utilizaban placebos. Pare ellos la práctica era adecuada y no infringía principios éticos. 2) Cuarenta por ciento de ese mismo grupo recetó vitaminas como placebos. 3) Trece por ciento indicó antibióticos o sedantes. 4) Tres por ciento mandó píldoras con azúcar. 5) Dos tercios contestaron que a los pacientes les comentaban, “recibirán un tratamiento potente que no suele usarse para su enfermedad”.

Aunque en diversos estudios la respuesta a los placebos fue positiva no hay unanimidad en cuanto a la ética de su uso. Sobresale una situación. La relación amistosa con el médico y la confianza favorecen el éxito del placebo. La “ciencia” del placebo es interesante. No hay ni respuestas claras en cuanto a su eficacia ni en relación a la ética de prescribirlos. El placebo se ha utilizado desde tiempos inmemoriales y se seguirá usando. La ética al recetarlo y su éxito dependen, como (casi) siempre, de la relación médico-paciente y de los principios éticos del galeno.

Médico y escritor

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