El título, nuestro planeta, incluye una inmensa realidad: en él vivimos, y contiene, a la vez, una dosis de ironía: el planeta no es nuestro aunque eso pretende parte de la humanidad y la mayoría de la ralea política mundial, cuyos crímenes contra la Tierra y actos inadecuados han mermado la salud de nuestra casa. Debería existir, sugiero, una instancia similar a Derechos Humanos intitulada Derechos del Planeta.

Las advertencias de los conocedores de las entrañas de nuestra casa Tierra advierten sin cesar acerca de sus enfermedades, en buena medida, producidas por nuestra especie. Mencionar a Aldo Leopold (1887-1948) es imprescindible; naturalista y ecologista, considerado el padre de la ética ambiental y de la ecología de la vida salvaje, publicó sus ideas en un libro, cuyo título en español, Una ética para la Tierra, da cuenta de su ideario: Una ética que incluya a los miembros no humanos de la comunidad biótica colectivamente entendida como la Tierra”. Leerlo invita a concluir: el ser humano es el cáncer de la Tierra. Han transcurrido casi setenta y cinco años desde la publicación del libro; de poco o nada han servido sus admoniciones; su congruencia era absoluta: Leopold murió mientras intentaba apagar el fuego en una granja cercana a su hogar.

El 22 de marzo, de acuerdo a la Asamblea General de Naciones Unidas, se celebra el Día Mundial del Agua. Iván Restrepo, conocedor como nadie de la ecología de nuestro país, escribió en La Jornada (4 de abril): “…en los países desarrollados una persona utiliza en promedio 350 litros de agua al día; en la mayoría de los que están en vías de desarrollo, entre dos y cinco litros al día”; más adelante, agrega: “…A menos líquido, menos producción de alimentos, migraciones por hambre, más enfermedades por la mala calidad del líquido así como conflictos internacionales y locales por controlar las fuentes del agua”. Leer a Restrepo alarma.

Dos semanas después del Día Mundial del Agua, el 7 de abril, se celebra, en esta ocasión bajo la batuta de la Organización Mundial de la Salud, el Día Mundial de la Salud, cuyo lema, “nuestro planeta, nuestra salud”, resume las obligaciones de la especie humana hacia/con nuestra casa. Las advertencias de la OMS son quasi apocalípticas: mueren anualmente 13 millones de personas por causas ambientales secundarias al cambio climático. Su conclusión es catastrófica: el cambio climático es la mayor amenaza contra la salud de la humanidad.

Inadecuado obviar una de las lecciones de Covid-19: el virus ha demostrado las inequidades en salud y el fracaso global de la humanidad. El cambio climático continuará incrementando el desarrollo de infecciones, entre otras, malaria, enfermedad de Lyme y chikungunya. La ecuación es obvia: entre mayor el cambio climático, mayor el número de enfermedades del planeta y de la humanidad.

La enfermedad del mundo es grave. Basta sumar: pandemia, guerras y cambio climático. La realidad impacta en la salud de sociedades y personas. Mientras no “se controlen” los factores mencionados, la inversión en salud, independientemente del monto, nunca será suficiente. Mientras tanto, quienes más fenecen son los pobres.

Dos semanas separan el Día Mundial del Agua y el Día Mundial de la Salud. Las advertencias de los expertos son todo menos fake news. Dichas catástrofes, amén de otras amenazas vivas como la pandemia, la guerra en Ucrania y la tragedia por la sequía en Yemen abrasan. En 2022, las amenazas contra nuestra casa, confirman lo dicho: “El ser humano es el cáncer de la Tierra”.

La ralea política triunfa. Pierden los leopolds, los restrepos, y los ambientalistas y artistas mexicanos que buscan detener el ecocidio producido por el Tren Maya.

Médico y escritor

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