Han pasado casi cinco largos meses desde el inicio de la pandemia, o bien, cerca de ciento cincuenta días. Nunca, para mí, el tiempo ha transcurrido con tanta lentitud, a un ritmo desconocido. Lo mismo sucede, imagino, con quienes tienen la inmensa suerte de permanecer enclaustrados sin el agobio del pan ni del espacio reducido.

Mientras escribo, de acuerdo a cifras “oficiales”, han muerto 320,000 personas en todo el mundo debido a Covid-19. Detesto “lo oficial”. La mayoría, pienso, en hebreo, español o chino, de quienes no viven gracias a “lo oficial”, abominan ese espacio.

Han fallecido desde finales de diciembre de 2019, 320,000 personas que no deberían haber alcanzado la tumba. Con los virus la justicia es intrascendente. Con los datos que reproduzco renglones abajo, la justicia debería hacerse presente. No lo hace.

Imposible no comparar. La cifra de vidas perdidas por el virus es menor cuando se contrasta con otras enfermedades infecciosas o carenciales, presentes ad libitum, presentes como parte de nuestra condición. Menciono tres situaciones. Todas llevan décadas y siglos afectándonos.

1.Por tuberculosis mueren 4,500 personas al día, 30 mil contraen la infección diariamente y fenecen 1.5 millones cada año.

2.Debido a la malaria (paludismo) mueren 2,000 niños cada día. Se calcula que al año fenecen 600,000 personas —las cifras varían entre 400,000 y 800,000—, la mayoría niños.

3.Por hambre pierden la vida 24,000 personas al día, 18,000 de ellas son niños.

Los números dejan de ser 1, 8, 267, 34, 5888 cuando se trata de muertes. Comparar es necesario. Los muertos Covid-19 y los “decesos inhumanidad” tienen explicaciones diferentes. Las cifras previas son viejas. Comparar la naturaleza de las fosas o los motivos de la cremación debido a Covid-19 con los decesos por tuberculosis, malaria, etcétera, sitúan a nuestra condición en su condición: ¿Qué hemos hecho?, ¿qué ha sucedido?, ¿qué no hemos hecho?, ¿qué debería suceder?

Una vida, eso se dice, no vale más que otra. Eso se dice pero es mentira. Todos, incluso Dios, lo sabemos. La inmensa mayoría de las víctimas del listado “humano” de los puntos 1, 2 y 3, son africanos, haitianos, habitantes de países expoliados o pobres en países no pobres. Desde hace algunos años, independientemente de las palabras cursis de todas las Organizaciones cuyo leit motiv es salvaguardar el mundo, la presencia de esas patologías y carencias, en los medios de comunicación, es mínima. Los endeudados in útero carecen de voz. Son entre cuasi transparentes y transparentes. Innominados en un mundo con nombres.

Tuberculosis, malaria y hambre ocupan espacios pequeños en los medios de comunicación. Sea por costumbre, por desinterés publicitario, porque han dejado de inquietar lo suficiente a las naciones ricas o debido a las carencias económicas de las Organizaciones, muchas no gubernamentales, el esfuerzo para remediarlas y contenerlas es magro, y los resultados, como muestran las cifras, dolorosos y mediocres. En la actualidad, el tratamiento de dichas enfermedades o el alivio del hambre poco importa. Las padecen, repito, seres humanos innominados.

La pandemia actual se ha cebado, sobre todo, en Europa y en Estados Unidos. Desconozco, lo he escrito y preguntado, si existe un estudio epidemiológico sobre clases socioeconómicas y tasas de defunción en épocas Covid-19. Aunque no sabemos aún el destino final de la pandemia ni cuándo concluirá, si acaso finalizará, inquieta y cuestiona sobremanera el tiempo dedicado y los esfuerzos efectuados para detener al SARS-COV-2 cuando se contrasta con el fracaso crónico por paliar, curar o detener la malaria, el paludismo, el hambre, la falta de agua entubada, las diarreas infantiles, la oncocercosis y tantas enfermedades propias y/o de debidas a la pobreza.

El colofón es gratuito. Cuando hablamos de nuestra especie, 1+1 casi nunca es 2.



Médico y escritor

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