Existen binomios perfectos. Aquellos donde ambos se retroalimentan. Tanto uno como otro viven y hacen sus quehaceres en forma independiente. Cuando se unen el resultado puede ser maravilloso o desastroso. Sin proclamarlo, el binomio entre Netanyahu y Hamás ha sido para ellos adecuado; para el número de muertos, deudos, heridos, huérfanos, viudos, muchas niñas y niños ha sido y es un infierno, amén de las incalculables pérdidas materiales y la posibilidad de una guerra más allá de la que ahora nos sepulta. Conforme transcurre el tiempo aumentan los implicados: Hezbolá, Yemen y la nefasta casi autocracia iraní, cuyo apoyo al terrorismo es una de sus grandes apuestas, sin olvidar los asesinatos que perpetran contra su gente, ya sea por pensar diferente, como sucede con los cineastas, o por ser mujer y no tener “bien puestas” las ropas que ordena el fanatismo.
¿Quién nutre más a quién: Netanyahu a Hamás o Hamás a Netanyahu? Ya que es un binomio que ha funcionado, el orden de los factores no altera el producto. El patán Bibi y los asesinos/terroristas de Hamás han logrado su cometido. Sotto voce, no desean la independencia de Palestina. No les conviene, les resta poder.
Ni uno ni otro promueven la única solución: la creación de la nación palestina. Para Hamás supondría el fin de su hegemonía. ¿Cuántos palestinos los odian? No hay consenso. ¿Cuántos gazatíes los aprecian tras la destrucción de sus hogares? No se sabe. En relación a Netanyahu, cerca de la mitad de los israelíes lo detestan; la otra mitad, muchos de ellos fanáticos religiosos, lo aprecian. Netanyahu y sus ministros son culpables de haber dividido a Israel en dos. Todo por ser quien es: corrupto y con sed de poder, tal y como sucede con buena parte de los políticos actuales.
Netanyahu ha hundido a Israel. Sin ser una democracia perfecta es la única en Medio Oriente. Ha confrontado a los israelíes. No en balde decenas de miles de manifestantes, antes de la tragedia actual, se reunían sábado tras sábado, en muchas ciudades, para manifestar su repudio contra él y quienes resultaran responsables dentro de su gabinete, algunos de ellos arropados por su fanatismo religioso. A Bibi seguramente le espera, lo deseo, la cárcel. También deben se expuestos su esposa, denunciada en The Economist por maltrato a la servidumbre, y su hijo Yahir, a quien tiempo atrás se le bloqueó su cuenta de Facebook por las sandeces que espeta. El joven Yahir, instalado en Miami, no le es fiel ni a su padre ni a Israel: no ha regresado a casa para cumplir como soldado reservista.
Salvo por la brutalidad del denominado Estado Islámico, la bestialidad de los asesinos de Hamás no tiene parangón en la actualidad. La forma de matar a inocentes, jugar futbol con la cabeza de una víctima, violar, decapitar, llevarse rehenes viejos o bebés, celebrar haber asesinado a diez personas retratan la barbarie. Un padre israelí dijo estar tranquilo al saber que su hija de nueve años estaba muerta y no en manos de Hamás. Inadecuado soslayar las manifestaciones de los gazatíes contra Hamás: hace pocos meses exigieron una vida mejor, digna. En el mismo rubro, repruebo los asentamientos de los colonos israelíes: inmensa provocación, detestable hurto.
Irán, quizás el Estado más sanguinario del mundo, i.e., asesinan a mujeres jóvenes, impiden la libre expresión, está detrás de Hamás. Irán ha promovido la Yihad en más de una ocasión: matar judíos donde se encuentren es la meta.
Hamás y Netanyahu tienen una alianza. No desean la formación de un estado independiente. Lo han logrado. Son corresponsables de las muertes de miles y miles de inocentes.