Netanyahu no está solo: lo rodean una horda de fanáticos religiosos, nacionalistas enfermos y ministros, a la vez, fanáticos y nacionalistas. Toda una horda a su servicio. Toda una melange de humanoides cuya mirada no va más allá del campo visual del fanatismo: más allá de lo nuestro no existe nadie.

“Bibi”, como gustan llamarlo, no está solo: ha concentrado odio, tanto en Israel como fuera del país. Las manifestaciones en su contra, en su casa, in crescendo, no sólo no cesan: acumulan cada vez a más personas cuya ética e idea de la democracia no es la del Primer Ministro ni la de sus secuaces/socios, encargados de las carteras críticas para permitir la marcha del país, o desde otra óptica, su retroceso.

El Primer Ministro vocifera y actúa arropado por su soberbia. Su desdén y maltrato hacia los otros, llámense árabes israelíes o palestinos ha irritado a la prensa libre israelí y extranjera; medios independientes, ajenos al sensacionalismo y a las noticias falsas, tales como El País, Haaretz, The Guardian y The New York Times, apabullan a Netanyahu.

Al inefable N lo acompañan Sara, su esposa y su hijo Yuval. De la primera se sabe, desde hace mucho, de sus vínculos aristocráticos con las personas que laboran en su casa, a las cuales maltrata y denigra. Asimismo, en 2019, fue declarada culpable de malversación de fondos públicos para pagar comidas y otros bienes: en junio de 2018 fue encausada por fraude y abuso de confianza por presentar gastos de alimentos por valor de 100 mil dólares a cargo de los contribuyentes, afirmando falsamente que no había cocinero en la residencia oficial del Primer Ministro. De Yuval corren noticias, irreproducibles por baratas, sesgadas y vulgares; de hecho, sus declaraciones son tan ofensivas que durante un tiempo Facebook suspendió su cuenta. Destaco unas líneas escritas en Twitter: “…(Yuval) considera que los investigadores israelíes encargados de desentrañar actos de corrupción de su padre semejan a la Gestapo o a la Stasi… desea que los manifestantes izquierdistas viejos contrarios a su padre mueran por Covid-19”.

Años atrás, durante uno de sus reinados, Netanyahu buscó la amistad y la complicidad de regímenes ultraderechistas y antisemitas. Para “Bibi”, con tal de seguir alimentando su soberbia y seguir cerca de los fanáticos de sus gobiernos —ha gobernado Israel durante 16 años— le fue fácil entregarse a la inefable derecha europea. Con tal de granjearse otro tipo de complicidades desdeñó su judeidad y se “amistó” con Viktor Orban (Hungría) a pesar de sus repetidas tendencias antijudías, quien aboga por una Hungría “étnicamente limpia”; Orban lanza campañas antisemitas y elogia al exlíder Miklós Horty, proclamado antisemita. Tampoco dudó en acercarse a la ideología contemporánea de Polonia, nación que ha prohibido, so pena de cárcel, el uso de la palabra Holocausto.

Netanyahu no es Israel: innumerables ciudadanos se han manifestado en su contra, ya sea una de las tripulaciones de aviación de El Al, quienes se negaron a transportarlo a Roma o bien, inter alia, la politización de los startups israelíes que se han unido a las marchas. Netanyahu desconoce la palabra democracia; no así los cientos de miles de israelíes que no dejan de manifestarse en su contra. Netanyahu no comprende ni la palabra ética ni los significados de dignidad, enarbolada con valentía y elocuencia por empleados de la embajada israelí en Londres, quienes en días pasados renunciaron a sus cargos: “No podemos representar a este gobierno… no creemos que la embajada sea más un lugar donde los intereses del Estado judío y democrático de Israel puedan ser representados de manera efectiva”. Netanyahu: no estás solo. Muchos te repudiamos.

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Médico y escritor

 

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