Regreso a mis obsesiones. Esta vez de la mano de dos viejos estudios recién (re)encontrados. Lo hago acompañado por un término imprescindible, recordar, “Re-cordis, ‘volver a pasar por el corazón”. En el caso de este texto, repaso, después de muchos años, algunos sucesos propios del tiempo y de los cambios obvios de la medicina y de la vida.

En 2003, SA Murray y asociados publicaron un estudio en una revista británica donde comparaban cómo morían los enfermos con cáncer en países desarrollados y en países pobres. En síntesis, los investigadores demostraron que en naciones como Kenia los enfermos preferían fallecer para liberarse del dolor y de las indignidades propias de las enfermedades terminales, mientras que en Escocia, los enfermos querían fenecer debido a las molestias de la quimioterapia. Décadas después, gracias a la inmunoterapia, las molestias y secuelas son menores. Corolario: Los enfermos “ricos” optan por morir debido a los efectos colaterales de las medicinas; los pobres, debido a dolores intratables por la falta de fármacos adecuados.

Otro estudio, del año 1996, dirigido por J.C. Ahronheim, publicado en una revista estadounidense, analizó la situación de enfermos con cáncer avanzado o demencia senil. La investigación demostró dos sucesos deplorables: se practicó resucitación cardiopulmonar en 24% de los pacientes de uno y otro grupo, mientras que 55% de los afectados por demencia fallecieron con sondas nasogástricas para continuar alimentándolos. Se dice, y es parcialmente cierto, que en la actualidad esas prácticas han cambiado; sin embargo, la idea no es del todo veraz: el encarnizamiento terapéutico, i.e., utilización de terapias que no pueden curar al paciente sino simplemente prolongar su vida en condiciones penosas, sigue vigente. Conclusión: En Estados Unidos, para morir con dignidad, acompañado por familiares, en casa, se requiere ser pobre; en esa nación los pobres carecen de seguro médico.

Porcentajes no despreciables de familiares se quejan de la falta de empatía de los médicos. Ya sea por razones económicas, entre más “dure” el paciente más se gana, o por la falta de interés en conceptos filosóficos, los galenos ni permiten que los pacientes fallezcan “antes” ni ayudan a morir con dignidad (eutanasia). Para evitar el encarnizamiento terapéutico es menester la participación activa de enfermos, familiares y médicos comprometidos con la autonomía de las personas.

Los estudios mencionados son una suerte de escuela, tanto para familiares como para galenos. Tristemente, en 2024, la situación de pacientes terminales en países pobres es dramática: En México cincuenta millones no cuentan con servicio médico; asimismo, conseguir morfina no es sencillo.

La autonomía es un gran legado del mundo occidental. Ejercerla es un derecho, como persona y cuando sea necesario como enfermo. Los pacientes deben manifestar su autonomía frente a doctores y ante otras formas de poder, religioso, político, hospitalario o familiar que atente contra ese principio. No es digno morir intubado cuando se es viejo, víctima de cáncer o de Alzheimer. No es digno padecer los efectos de quimioterapias inútiles en vez de despedirse de los seres queridos con tiempo, con dignidad, abrazados y escuchados por seres queridos.

En medicina los viejos estudios a menudo no son viejos. Cuestionan. Re-cordis: “volver a pasar por el corazón”. Por el corazón y por la mente. Antaño se pensaba que la memoria estaba en el corazón. Por ende, “volver a pasar por el corazón” significa también pasar por la mente. De ahí la validez de los viejos estudios. De ahí la importancia de releerlos y compartirlos.

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