La imposibilidad de acomodarse a lo nuevo, a las ofertas in crescendo de la tecnología es parte de la historia de la humanidad. La historia ha sido, si no idéntica, similar. Cuando la humanidad descubrió el papel y éste empezó a distribuirse, hubo quienes pensaron que la memoria menguaría; a diferencia de lo que sucedía con Homero quien recitaba de memoria La Odisea y La Ilíada o con los rapsodas, recitadores ambulantes que cantaban poemas homéricos, no sería necesario memorizar pues todo quedaría guardado en el papel. De la radio a la televisión el trecho fue enorme; ambas “unían” a las familias, aunque, pienso, la radio las acercaba más: sin imágenes los escuchas debían participar de otra forma, con argumentos propios, sólidos, pues “no todo se les daba masticado”.
Con los teléfonos celulares, cada vez más inteligentes, han decaído tanto el ejercicio de la memoria como la calidad de la escritura; basta preguntar a la mayoría de los jóvenes el número de su teléfono celular o el de la casa y leer sus mensajes vía Whatsapp: no pueden repetir teléfonos “importantes” y en un pequeño mensaje, en ocasiones inentendible, incurren en más de un error ortográfico. Lo adecuado, por supuesto, es, cuando sea factible, adaptarse a los cambios; “cuando sea factible” significa que con el paso de los años las ofertas tecnológicas de todo tipo rebasan la capacidad de las personas, incluso de los jóvenes. Las ideas previas como preámbulo para el futuro de la medicina y de los doctores en la era digital.
La inteligencia artificial (IA) es una realidad. Poco a poco, o, más bien con celeridad, su presencia se incrementa. Ignoro cuántas mentes y científicos brillantes se abocan a estudiar nuevos campos de la IA. El número de robots y robotas crece sin cesar y sus funciones se multiplican; abro un paréntesis sin paréntesis: sería correcto también hablar en femenino pues muchas/muchos atienden en hoteles o son servidores sexuales. En medicina, en el futuro, cada vez más androides ejercerán como galenos. El reto es enorme. Deviene preguntas e inquietudes difíciles de responder.
Los “robots médicos” son una maravillosa invención. Los androides son parte de la vida médica contemporánea, inter alia, Tug, encargado de llevar medicamentos al personal de enfermería; Da Vinci, robot cirujano cuyo nivel de precisión supera al de los cirujanos; Intelfill I.V. llena jeringas con exactitud, hasta 600 por minuto, y evita negligencias humanas.
Los logros de la robótica médica plantean varias cuestiones. Las comparto. La empatía es fundamental en medicina, ¿habrá robots empáticos?; ante el avance de la IA será necesario reevaluar la idea de la profesión médica, ¿llegará el día en que los médicos reciban órdenes de sus “colegas” robots?; la IA carece de límites: sus avances ¿serán en beneficio o en perjuicio de la profesión?; la IA desplazará cada vez más algunas funciones de los doctores, ¿cuál será el papel de los profesionistas?; es factible que en el futuro haya conflictos entre médicos (personas) y robots (no personas), ¿quiénes serán los mediadores: androides o seres humanos?; los robots interpretan con exactitud electrocardiogramas, estudios radiológicos y biopsias, ¿qué sucederá con los galenos dedicados a esos rubros?: en caso de quedarse sin trabajo, ¿habrá una bolsa de desempleo para ellos?
Sobran ideas, faltan respuestas precisas. Las dejo en manos de los lectores. Situaciones similares ocurrieron con el papel, con los trenes que desplazaron a las carrozas y acabaron con la costumbre de los villorrios…
Médico y escritor