Marx escribió: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina la conciencia”. Esa frase, inmensa, la he repetido en “muchas” conversaciones y la he citado en algunos artículos. A mí me parece que el orden de los factores, conciencia primero, ser social después, es correcto. Algunos interlocutores difieren y proponen modificar el orden: “No es el ser social de los hombres el que determina la conciencia, sino, por el contrario, es la conciencia la que determina el ser social de los hombres”. Las ideas de las personas con quienes he conversado no deben desecharse. Vale la pena reflexionar en ellas. La cita, añeja, “el orden de los factores no altera el producto”, utilizada, sobre todo en aritmética, puede extrapolarse al mundo de las ideas. Jugar con el orden, en el caso de la reflexión del fundador del marxismo e ideologías afines, es un reto interesante.
Conforme pasan los años me quedo con el orden propuesto por Marx: es nuestro ser íntimo, nuestro ser social, lo que determina nuestra conciencia. Ser social significa integrarse en una comunidad y en un país. Mirar por los otros y ser responsables de la Tierra, y, cuando sea factible, actuar a favor de los otros. En síntesis, el ser social, dependiendo como se actúe, teje o desdibuja la conciencia.
Conciencia conlleva diversas lecturas: experiencias extraídas de lecciones previas, vivencias acumuladas, convertirse en testigo de incontables situaciones, cada vez, como ahora mismo sucede, más ruidosas y devastadoras. Conscientes, o no, somos testigos de grandes logros y terribles destrucciones, de períodos cortos de paz y conflagraciones cotidianas, inventos maravillosos y desprecios nauseabundos de los otros/otros. Todo en un mismo costal: ¿prevalecen la estulticia y la maldad o la bondad y la compasión?
En 2022, ¿qué hacer y qué decir acerca de la idea de Marx?; ¿estamos atrapados en un callejón sin salida? Preguntas complejas en busca de respuestas no sencillas. Comparto algunas inquietudes: el ser social ha fracasado. Los ricos, cada vez más ricos, no se responsabilizan de los pobres y éstos, casi nunca, tienen escapatoria: velar por su supervivencia diaria es su reto; imposible para muchos ver “más allá”. Las mentadas cifras, repetidas ad nauseam reflejan sin ambages las líneas previas: mientras que el 1% de los más ricos del mundo acumulan el 82% de la riqueza global, 2800 millones de seres humanos viven —perviven— con menos de dos dólares al día. Sin el compromiso de “quienes pueden”, no hay ni materia suficiente para forjar una conciencia individual ni simiente adecuada para fortalecer una conciencia colectiva: el número de protestas en el mundo palidece frente a la realidad y la inoperancia quasi mundial de políticos y frente a la falta de sapiencia y acción de los más ricos.
La gran idea de Marx ha naufragado. Goethe lo advirtió en 1822. En una carta le escribe a un amigo: “si observas cómo las personas en general, y los jóvenes en particular, no sólo se entregan a sus pasiones y deseos, sino cómo, además, la parte mejor y más alta de sí mismos es deformada y desfigurada por las graves estupideces de nuestra era, de tal forma que todo aquello que podría conducirlos a su salvación queda condenada al fracaso, entonces no sorprenderán los actos atroces que el hombre puede cometer contra sí mismo y contra los otros”.
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