La enfermedad rompe. Rompe el mundo interno y modifica las relaciones con el mundo externo. Cuando son graves y crónicas, los cambios son profundos, dolorosos, cruentos. Uno se enfrenta a uno mismo, con sus seres cercanos y familia y al marco laboral y amistoso. Se encuentra cobijo o rechazo. Se amortiguan las pérdidas o se incrementan. Se convive con el dolor o se pierde ante él. La enfermedad revela un mundo inédito. Quien la padece viaja por él con éxito o se estanca y se pierde. Todo depende de la gravedad de la patología y de los recursos personales, familiares y económicos con los que se cuente sin obviar la suerte o no de acceder a un sistema de salud adecuado donde los médicos comprendan y cuenten con medios para lidiar con la carga física y anímica del mal.

Inundada la vida nacional e internacional por malas noticias, cualquier alegría que siembre esperanza y modifique la vida a favor del enfermo o de la sociedad es bienvenida. Caras paralelas a la patología pueden ser altruismo y filantropía. Ambas acciones enaltecen a quienes las hacen y revelan otras facetas de la humanidad: empatía, compasión, solidaridad y compromiso. Mirarse en la otra o en el otro como uno mismo o como un ser querido son también entresijos de la enfermedad.

El riñón de Beatriz es un libro (Trilce ediciones, Ciudad de México, 2019) cuyas páginas contienen historias de vidas, de apegos, de solidaridad y de humanismo. El autor, Ignacio Holtz, comparte su experiencia como receptor del riñón de Beatriz, su esposa, así como sus vivencias cuando enfermó sujeto a hemodiálisis y su compromiso posterior con quienes requieren un trasplante de riñón pero no lo consiguen por pobreza, por la precariedad económica y funcional del sistema de salud en México o por la escasa cultura de donación en nuestro país. Las experiencias del autor/receptor fueron la simiente para solidarizarse con quienes padecían su misma enfermedad, insuficiencia renal crónica.

Pervivir con esa enfermedad, sin recursos económicos, sometido a sesiones de diálisis y a otras terapias necesarias —transfusiones, antibióticos, recambio de fístula, etcétera—, es complicado y doloroso. Pobreza y enfermedad conforman un binomio infranqueable. Ser testigo de ese brete fue lo que llevó a Holtz a intervenir a favor de sus pares, muchos de ellos, muy jóvenes. Leer la vida a través de la enfermedad y leer otras vidas a partir de los mismos pesares es un don. De ahí el mérito del autor y de todas las personas implicadas en buscar las formas para ayudar a enfermos marginados por la corrupción y los hurtos ilimitados de nuestros políticos.

Recorrer el libro sensibiliza. El capítulo inicial, Una noticia inesperada, explica la mezcla de compromiso y solidaridad del autor, “…fui testigo de situaciones dolorosas y amargas: algunos pacientes eran abandonados a su suerte por sus familias… los peores momentos de frustración y dolor llegaban siempre con la ausencia repentina de algún compañero que había fallecido… ‘sigo yo’, pensaba”. Las palabras incluidas en Testimonios celebran la vida, “Hoy yo necesito de ustedes, ojalá el día de mañana sea yo quien pueda ayudar a alguien”; “La verdad, casi no me llevaba con mi papá, bueno sí, pero no mucho. Y ahora como que ya nos acercamos más. Ora sí que me dio un regalo muy grande…, yo siento dentro de mí algo de mi papá”.

Gracias al apoyo del Club Rotario Cuajimalpa y a Rotary International, a partir de 2001 se han trasplantado 1,100 riñones de seres vivos. La suma de buenas voluntades de muchas personas, aunado a la fuerza de Beatriz e Ignacio, han devuelto al torrente de la vida a enfermos imposibilitados para acceder a ese procedimiento.

El libro mueve, leerlo sensibiliza. Su lectura invita a pensar en el otro. Lo mismo sucedió el 15 de noviembre, fecha de su presentación: las voces de las personas trasplantadas y de los actores devuelven, en un mundo yermo de alegría, la esperanza, aunque mínima, en nuestra especie.


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