No creo que a Kafka le hubiese gustado la manida y repetida frase, “Si Franz Kafka hubiera sido mexicano, habría sido un escritor costumbrista”. Aunque la sentencia previa es cada vez más veraz, al escritor judeo-checo no le hubiese gustado dicha tesis por la simple razón de convertirse en copista y cronista en vez de ser lo que era: fabulador, retratista, analista de las relaciones humanas, ensayista, cuentista, novelista y visionario de la realidad europea. De ahí el sentido de este escrito: Kafka se hubiese deprimido por no haber imaginado el caso Esquivel así como por los sucesos que corroen la ética y la lógica. Kafka, en México y en el mundo, es inmortal. No en balde la necesidad de la Real Academia de la Lengua Española de incorporar el término kafkiano, “Dicho de una situación: absurda, angustiosa”.

A partir de la denuncia de Guillermo Sheridan, cuyo reconocimiento por incontables personas y medios de comunicación, ni neoliberales ni conservadores ni corruptos ni servidores del PRI o del PAN como sostienen Andrés Manuel López Obrador y su equipo, se desató un escándalo digno del mejor imaginario kafkiano. Tras el ahora incontrovertible plagio de la ministra Esquivel, se ha suscitado una serie de desaguisados abominables. El rompecabezas es complicado. Se puede empezar a armarlo uniendo o desuniendo diversos elementos.

Buen inicio es el despido de Martha Rodríguez Ortiz, asesora de Esquivel. Despedirla sólo es una pequeña pieza del rompecabezas: la profesora dirigió cerca de 500 tesis, ¿en cuántas engañó a sus alumnos y consintió el plagio? Revisar tesis es muy complejo. Toma “muchas horas”: ¿el affaire Rodríguez termina con Esquivel o lo mismo debería suceder con otras tesis plagiadas?, y, en el mismo contexto, ¿no sería prudente cuestionar al personal de la FES Aragón con los cuales laboraba la hoy defenestrada licenciada Rodríguez? El plagio nunca fenece. No importa cuánto tiempo transcurra entre el acto y el hallazgo; lo mismo sucede con quien roba: el hurto nunca prescribe. Se aduce que la ministra de la Suprema Corte de Justicia plagió (robó) su tesis en 1987. Los años transcurridos no la eximen. La ministra no pretende renunciar lo cual abona en su contra y explica la ética —su ética— con la cual se rige. El suceso conlleva varias cuestiones más. Por los límites del espacio me limito a dos.

El primero versa sobre conceptos éticos y, sí de ética se trata, quiénes, si no los ministros de la Suprema Corte de Justicia deben ser adalides. Suscita muchas inquietudes para los habitantes de México la actitud que deberían tomar los diez ministros restantes ante la falta de probidad de Esquivel. El segundo es la UNAM. Las diversas opiniones de los expertos exponen dos sentires. El abogado general de la universidad, Alfredo Sánchez Castañeda, asegura que “el título no se puede cancelar porque no tenemos prevista la infracción cuando algún estudiante hace uso de un trabajo que no es propio”, interpretación con la cual no comulga una gran parte de la comunidad universitaria. Ante lo expuesto, leo y hago mía la opinión de Pedro Salazar, exdirector del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM: “…ante el plagio probado, la universidad sí puede pronunciarse sobre la nulidad del título. Aunque el hecho haya sucedido en 1987… el procedimiento de titulación se ejecutó sin cumplir todos los requisitos: el trabajo no era de autoría propia ni original. El acto de emisión del título estaba, por tanto, viciado”.

El intríngulis es inmenso. Tras escuchar a Enrique Graue no dudo de que la UNAM resolverá el asunto. Tras escuchar las voces gubernamentales no dudo de la presencia de nuestros kafkas.

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Médico y escritor

 

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