Hay quienes dicen que escribir desde la diáspora sobre Israel no es correcto ni justo. Se equivocan: es correcto, justo y obligado cuando la judeidad es parte crucial de la vida. Ése es mi caso. Otros se sienten abrumados ante los judíos que se confiesan laicos: la ética laica es mi guía. Imposible, tras el Holocausto y por incontables razones, creer en Dios, en cualquier Dios, cuando el día a día de la mayoría de la población mundial sufre, muere a destiempo, carece de futuro, es oprimida y carece de Voz, con mayúscula, para contar sus penas por el destierro, las muertes por hambre, los decesos de los hijos por diarreas, la falta de agua, la humillación constante y ser parte de una familia donde hay desaparecidos o desaparecidas, cómo ahora sucede con los israelíes capturados por el maligno grupo Hamas. El argumento del libre albedrío esgrimido por religiosos es válido para ellos, no para quienes observamos la cruda realidad.
Israel es muchos israeles. El del mundo es el representado por Netanyahu y sus acólitos, uno peor que el otro y el otro peor que el anterior. A Bibi lo rodea una camarilla cuya amnesia es tan grande que olvidan la apuesta fundamental de Hitler: exterminar al pueblo judío. Los tiranos de Bibi deberían recordar, sobre todo los askenazíes -judíos de origen europeo-, los ideales de los alemanes/nazis: acabar con la peste judía. Indispensable recordar la estupidez de Amichai Eliyahu, ministro de Patrimonio. quién consideró la posibilidad de arrojar una bomba atómica.
En el resto del artículo, reproduzco, con admiración, dos voces de escritores israelíes afincados en Israel, David Grossman (70 años) y Etgar Keret (56 años), ambos oriundos de su Israel. Grossman perdió a Uri, su hijo de 20 años, en 2006, durante una de las guerras que ha librado Israel contra grupos terroristas, en este caso con la milicia de Hezbolá, organización apoyada por Irán, una nación cuya descripción cabe en cuatro palabras: cáncer entre los cánceres. El ideario iraní, al igual que el siniestro Hamas —nunca será suficiente repetirlo miles de veces—, es desaparecer a Israel del mapa.
El 29 de mayo, en El País, se publicó un texto de Keret, A Netanyahu solo le preocupa Netanyahu. Copio unas líneas: “Al primer ministro israelí no le importa la vida de los rehenes ni el aislamiento de su país ni el futuro de la región. Su principal objetivo es no acabar condenado por corrupción en las causas penales que tiene abiertas”… “Es una experiencia peculiar ver a tu país juzgado en el Tribunal Internacional de Justicia”… “El ministro de Finanzas pide la ‘destrucción total’ de Rafah”… El propósito de Netanyahu, escribe Keret, es “asegurarse de seguir en libertad a cualquier precio. Qué tragedia que ese precio lo estén pagando, desde hace más de siete meses, todos los residentes de la región” (vale mucho la pena leer el artículo íntegro).
A Grossman, el escritor israelí vivo más reputado, lo entrevistó Antonio Pita (El País, 28 de mayo). Extraigo unas líneas: “Los miedos van a dominar durante tanto tiempo que va a ser difícil hablar de paz”;… “En el campo de la paz en Israel, y yo como parte de él, creíamos demasiado en la lógica y demasiado poco en el poder del fanatismo religioso”.., “Tengo claro que somos responsables de la muerte de tantas personas, niños… es intolerable para mí”… Al reflexionar sobre los rehenes dice, “Cuando pienso en lo que deben pasar es como si cogiese un destornillador y lo metiese en un enchufe. No entiendo cómo no alcanzamos un acuerdo para liberarlos” (La entrevista es magnífica).
Netanyahu y sus fanáticos. Keret y Grossman, la voz del Israel demócrata, laica, humana, imprescindible.