En lo que concierne a la pobreza, México es imbatible. Números van y vienen, estadísticas nuevas borran datos viejos, “estadistas” ineptos sustituyen a otros más ineptos, eslóganes maravillosos, “Que hable México” —Salinas de Gortari—, “Para que vivamos mejor” —Calderón—, “Bienestar para la familia” —Zedillo—, e, inter alia, el del infaltable Peña Nieto “Mi compromiso es contigo y con México”. Por respeto a los lectores no anoto otras máximas, aunque, imposible no escribirlo, los últimos dos, priistas señeros, viven fuera de su México y lejos de sus familias mexicanas. Ni los números ni las estadísticas ni las frases espetadas por los ex mandatarios han mejorado la vida de las comunidades afincadas en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, la sierra de Puebla y etcétera. Corolario: México como México.
En materia de salud la realidad es cruda. Mientras no disminuya el número de pobres, la insalubridad y sus funestas consecuencias seguirán hundiendo al país. Quienes nacen mal nutridos y perviven con déficits alimentarios protestan menos cuando se comparan con poblaciones bien alimentadas desde el útero. No hablo de darwinisimo social, pretendo denunciar al poder omnímo do, corrupto e impune. La mecánica es obvia: a los peñasnietos les conviene ejercer sin contrapeso, sin una masa informada, iletrada, poco exigente. La ecuación también es clara: a menor desobediencia civil mayor Poder (con mayúscula, como gustaba a Passolini).
Alimentación adecuada, condiciones laborales justas, vivienda apropiada, ambientes limpios, sueldos ad hoc, alcantarillado funcional, transporte seguro y eficiente son factores determinantes en el rubro salud. Si bien es cierto que invertir en la construcción de hospitales y clínicas es fundamental lo es más revertir la pobreza y mejorar las condiciones sociales de la población. En el caso México, el orden de los factores mencionados es crítico: los gobiernos han dilapidado dinero en la construcción de grandes hospitales, no siempre funcionales (“elefantes blancos”) sin resolver ni mejorar la situación económica de la mitad o más de la población.
Destaco dos noticias sobre la pobreza en México. En febrero próximo pasado, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó que debido a la pandemia actual, cerca de 10 millones de connacionales cayeron en pobreza. Asimismo, aseguró “en 2018 se estimaba que 61 millones de mexicanos vivían con un ingreso inferior a la línea de pobreza, por lo que bajo el escenario planteado por la crisis del Covid-19, ese número aumentará a más de 70 millones de pobres”. Las consecuencias son funestas para los grupos más vulnerables. Indígenas, personas mayores, niños y adolescentes, así como mujeres han sido las víctimas más importantes. El caso de las mujeres es paradigmático; según el Coneval, 43% se encuentran en situación de pobreza y de ellas, 8% en situación de pobreza extrema; 1 de cada 6 mujeres no puede acceder a la canasta alimentaria aún destinando todo su ingreso a ese propósito; además, 14% carecen de servicios de salud.
En países machistas como el nuestro, la pobreza extrema de las mujeres afecta profundamente a la prole. Guardianas del hogar y preocupadas por el bienestar familiar, sus condiciones sociales —maltrato, feminicidios, salud magra, violencia— les impiden salvaguardar la salud de la familia.
El viejo, hoy no viejo, Thomas Jefferson tenía razón: las esperanzas de las mayorías y los intereses de las minorías corren por caminos diferentes. ¿Qué hará, qué ha hecho el gobierno actual para satisfacer las esperanzas de las mayorías?
La pregunta final es la inicial: ¿Tiene remedio la insalubridad en México?