En un artículo previo copié la definición de la Organización Mundial de la Salud sobre el término infodemia, “exceso de información acerca de un tema, mucha de la cual son bulos o rumores que dificultan que las personas encuentren fuentes y orientación fiables cuando la necesitan”; dicho neologismo ha sido aceptado por la Real Academia de la Lengua Española. La información inadecuada, falsa, tendenciosa, sin sustento, se ha convertido en una pandemia en pleno siglo XXI, pandemia a la cual debe temerse: se contagia con facilidad y con rapidez. El acrónimo infodemia suma las voces información y epidemia.
Imposible comparar la capacidad de dañar de la infodemia con la capacidad de contagio y peligrosidad de algunos virus, entre ellos, el de nuestro compañero, SARS-CoV-2. Aunque sus orígenes difieren, infodemia y SARS-CoV-2 coinciden en tiempo y espacio. En tiempos de información e inconmensurables avances científicos como los actuales, es menester cavilar en nuestras derrotas. Me limito a dos. ¿La desinformación priva sobre la información? The Washington Post le contabilizó a Trump, durante su mandato, 29,508 noticias falsas; a López Obrador, aunque debe reconocerse el sesgo, hasta el año pasado se detectaron 86 mil respuestas falsas, engañosas o difíciles de comprobar. De ser veraces los datos previos, los cuales deben extenderse a otros mandatarios, entre ellos, Bolsonaro, Netanyahu, Putin, Orban, Ortega, Maduro, Kirchner, Jameney y un largo etcétera, es evidente el triunfo de la infodemia y la consecuente derrota de la verdad.
Segunda: ¿la diseminación y el número de muertos secundarios a Covid-19 debe considerarse una derrota? El crecimiento exponencial de la ciencia no cuenta con los instrumentos necesarios para adelantarse a cierto tipo de epidemias. Inadecuado culpar a los médicos/científicos por no prever la aparición de algunas epidemias. A partir del primer caso de Covid-19, el 31 de diciembre de 2019, según la OMS han muerto entre siete y diez millones de personas y se han contagiado por el virus, de acuerdo a la Universidad John Hopkins, 700 millones de personas. La diseminación del virus, el número de muertos y los grandes daños a la economía a nivel mundial deberían pesar más que la desinformación acerca del virus y sobre la desconfianza de la población en relación a los beneficios de las vacunas.
La falta de confianza no es nueva. El divorcio entre sociedad, ciencia y política es “ancestral”. A pesar de la veracidad de la idea previa es incomprensible que el número de muertos por el virus no abone a favor de la razón, i.e., aceptar los beneficios de las vacunas. La infodemia ha triunfado tanto en relación a la pandemia como en sus vínculos con la política. Quienes no sólo no se vacunan sino hablan en contra de ella, aducen diversos argumentos: producen esterilidad, contienen chips para controlar a la población, no son eficaces, fueron diseñadas con demasiada rapidez, alteran el ADN, producen efectos secundarios a largo plazo y causan enfermedades. A la lista previa debe agregarse la desconfianza, cada vez mayor, entre gobernados y gobernantes.
¿Qué hacer contra la epidemia de infodemia? es la pregunta fundamental, ¿qué hacer ante la inoperancia y estupidez de la mayoría de los políticos?, ¿qué decirle a la población sin recursos económicos? Preguntas y verdades ríspidas. Comparto dos ideas. Primera. Promover la comunicación fidedigna, sea la radio, la televisión o en los periódicos. Segunda. Existen en la sociedad organizaciones no gubernamentales que difunden información adecuada. Apoyar a los medios de comunicación veraces y a las ONG “sanas” podría paliar la pandemia de la infodemia.
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