La inequidad social no sólo implica mayor riqueza y mayor pobreza. Entre ambos universos, cada vez más groseros, hay una serie de elementos conocidos que con el tiempo tienden a agravarse. No se habla de “la última oportunidad” para el ser humano y para la Tierra. Hacerlo significaría ir en contra del conocimiento, de las esperanzas cimbradas en los logros de las tecnologías y en las reuniones de grupos multinacionales cuyos derroteros buscan paliar las amenazas cada vez más diversas, sobre el destino de nuestro hábitat y de la humanidad. No reditúa tampoco desagarrarse las vestiduras, pero, al menos, denunciar, como lo hace el periodismo calificado, es necesario.

Tanto las adversidades comunitarias como las oportunidades económicas se han multiplicado en los últimos años. Las desigualdades matan es un ensayo publicado por Oxfam en enero, donde, inter alia, explican que 1% de la humanidad incrementó sus ingresos durante la pandemia: “252 hombres tienen más que todas las mujeres y niñas de África y Latinoamérica”.

Diversos factores conforman las redes entre uno y otro extremo, i.e., mortalidad temprana en la infancia y enriquecimiento creciente de algunos grupos. El listado es largo. Dichos factores han sido objeto de incontables artículos periodísticos y académicos, cuyo germen advierte acerca de algunas enfermedades sociales, nacionales y mundiales. A todos nos atañen la pandemia, el cambio climático, los refugiados ambientales, los incendios e inundaciones a destiempo, la desaparición de incontables especies de insectos y de plantas y un inmenso etcétera. La faz de la Tierra ha cambiado. Es poco probable, bajo la égida de los políticos contemporáneos, apostar por un mundo menos enfermo. La satrapía política es nauseabunda: ¿cuántos políticos son dignos de admiración?

La podredumbre social avasalla. Los jinetes modernos del Apocalipsis, militares, narcotraficantes, políticos y religiosos fanáticos son responsables de las desdichas de la humanidad. Cuando se mezclan, religiosos amigos entrañables de políticos y narcotraficantes socios de militares el resultado es funesto; basta empaparse de realidad.

La responsabilidad hacia la infancia sigue siendo punto de comunión. Desafortunadamente la miseria de los pequeños, en casi todo el orbe, crece sin cesar. “Infancia es destino” dijo Sigmund Freud. Reformulo la idea previa: sin apoyo durante la época de formación no hay destino. No son necesarios estudios científicos para saber cuál será el devenir de niños y niñas nacidos en situación de pobreza: serán víctimas de sus carencias y muy pocos tendrán la oportunidad de subirse al tren de la vida. Desde la ciencia el panorama es tétrico. Extraigo unas líneas de Adversidades durante la infancia y sus vínculos entre inequidad social y mortalidad temprana, publicado en febrero de 2022 en The Lancet, revista médica británica cuyos textos con frecuencia se ocupan de temas sociales. Comparto tres afirmaciones: las experiencias adversas durante la infancia son responsables de mala salud física y mental; el maltrato infantil se asocia a mortalidad temprana; los niños que crecen en casas pobres, con padres sin educación, con enfermedades mentales y uso de drogas tienen pocas oportunidades de salir adelante.

Uno de cada 6 niños en el mundo vivía en pobreza extrema antes de la pandemia. Ahora son más. El Banco Mundial debería reformular sus ideas. Según sus cálculos el umbral monetario bajo el cual es considerado pobre un individuo es de 1.90 dólares por día; esa cifra, sugiere el BM, corresponde a los bienes necesarios para mantener a un adulto: ¿los dueños del BM creen que es veraz esa ese dato? Yo no. Freud tiene razón: “Infancia es destino”.

Médico y escritor