Frenar el crecimiento poblacional es tema urgente, añejo, vigente. Hasta ahora, los denodados llamados de las agencias responsables y de los dirigentes políticos de algunos países para remediar el embrollo ha fracasado. El fracaso cobra: cobra hoy y lo hará sin reparos en las próximas décadas. Los amantes del creacionismo y los millones y millones de trumps, bolsonaros, ortegas, morawieckis y fanáticos religiosos de todas las estirpes, entre otras lacras, no sólo vivas, sino cada vez más numerosas, siguen mandando mensajes donde sostienen que la salud de la Tierra es infinita. Esa secta apuesta por los mandatos divinos; descree de las nocivas actividades humanas como causa de las enfermedades de nuestro hábitat.
El pasado once de julio se publicó el informe de la World Population Prospects 2022 (Perspectivas de la Población Mundial, 2022) como parte de la agenda del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas. Los responsables de las cifras celebran el hecho de que el crecimiento poblacional se haya detenido: hacia noviembre de 2022 la población mundial ascenderá a 8,000 millones de personas. Como parte de su agenda es comprensible su júbilo. Como parte de la realidad, sus cifras alegres deben leerse desde dos perspectivas. Primera, la de la miseria: cerca de la mitad de la población mundial, aproximadamente 3,600 millones de personas de un total de 7.750 millones viven en condiciones de pobreza o de miseria. Segunda, la del futuro más próximo que lejano: se calcula que hacia 2050 la población mundial será de 9.700 millones.
Los avatares del crecimiento poblacional son numerosos. La ausencia de salud, tanto de individuos y sociedades, así como la de la Tierra son descorazonadores. A pesar de las diferencias en relación a las expectativas de vida entre naciones pobres y ricas, en las segundas, la población mayor de 65 años aumentará, explica el informe, 16 % en 2050. Las implicaciones éticas del envejecimiento, en un mundo súper poblado, son alarmantes: la mentada salud universal fracasará y con ella atributos humanos esenciales como dignidad y autonomía. Dicho dato se concatena “malignamente” con el aumento de la población en naciones pobres donde las oportunidades de trabajo digno y bien remunerado son magras, situación que, aunque no forma parte del informe citado, convierte, como sucede en México, a la población joven en blanco del narcotráfico.
A los rubros anteriores deben agregarse dos insoslayables; la pandemia causada por Covid-19 y sus repercusiones negativas en las economía mundial así como las consecuencias desastrosas del cambio climático, tema, por cierto, apenas tratado en el ensayo Perspectivas de la Población Mundial, 2022. Entre una miríada comparto un ejemplo cercano y vivo. El director regional de la Organización Internacional para las Migraciones informó, en días pasados, acerca de la muerte de 300 mil personas en dos décadas causada por fenómenos climáticos y geofísicos en América Latina y el Caribe.
Como bien señala una editorial de la revista The Lancet, al reflexionar sobre el rubro salud del documento de marras, la ONU ha perdido la oportunidad de abogar por políticas encargadas de mejorar los servicios de salud reproductiva y los derechos de las mujeres. Empoderar a las mujeres jóvenes y educar a las pequeñas acerca de métodos contraceptivos es imprescindible. La ONU, sobre todo ahora, debería ser líder en la defensa de mujeres y niñas, donde corrientes retrógradas, léase la crisis desatada en Estados Unidos tras la anulación de la sentencia Roe vs. Wade, ha sepultado viejas ganancias. Lamentablemente las posturas conservadoras siguen triunfando; dicho triunfo opaca el optimismo del informe. Y si Trump regresa…
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