Ignoro cuánto ha invertido la humanidad en todos los ámbitos de la cultura, arte y actividades afines. Poesía, cine, dibujo, pintura, literatura, música, arquitectura, ballet, diseño, fotografía, cerámica, filosofía, artesanía y escultura conforman un universo inmenso, sin fronteras, sin paredes, acogedor e imprescindible. Sin él, el mundo enfermo estaría más enfermo. Sin él, habría menos espacios donde guarecerse. Quienes laudan esas actividades, yo entre ellos, amén del placer innato de las letras o de los cuerpos en movimiento, suelen decir que son un antídoto contra los sucesos desagradables de cualquier sociedad. Difícil negar ese concepto y difícil afirmar que sea veraz. El antagonismo de las frases previas no es cantinflesco, denota la situación del mundo contemporáneo y la incertidumbre, a nivel global, de sus efectos positivos. Los dueños del mundo, la mayoría tan iletrados como sus tuits, poco o nada aprecian, si acaso han escuchado sus nombres, a Beethoven o a Mariano Azuela.
Homo homini lupus es una locución latina repetida incontables veces. Soy devoto de ella. Se usa cuando el motto son acciones humanas negativas producidas por otros humanos. “El hombre es el lobo del hombre”, o bien, “el hombre es un lobo para el hombre”, es una vieja idea, vigente en el presente, acuñada por Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, de donde leo, Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Hoy, enterrado Plauto y miles de otros plautos, somos testigos de las acciones de incontables lobos humanos disfrazados de seres humanos y del cruel presente y destino de los otros, los de Plauto, Lévinas y Dostoievski. La frase, bienvenida por real, merece una acotación: insulta a los lobos.
¿Han fracasado las artes, la cultura, la creación? Entre una miríada de ejemplos, comparto uno. León Ginzburg fue un judío ruso, nacido en 1909, cuyos padres emigraron a Italia. Dedicó su vida a promover diversos saberes y fundó la revista Cultura. Devoto del conocimiento le apostó a éste y a la sabiduría; transmitir la cultura europea fue una de sus metas. Cuando Mussolini llegó al poder exigió que todos los maestros se uniesen a su causa y firmasen una carta de lealtad. De los mil cien maestros sólo diez, Ginzburg entre ellos, se negaron a estampar su rúbrica. Tras unirse a la Resistencia italiana fue detenido, arrestado y deportado. Al ser derrocado Mussolini, regresó a Roma. Sobrevivió al fascismo italiano pero no al nazismo: fue capturado por los alemanes/nazis quienes lo torturaron a muerte. Falleció cuando tenía 35 años.
La Europa actual alberga numerosas acciones cuyo hálito fascista recuerda la historia de Ginzburg. Sobre todo en Polonia y Hungría, sin descontar el ascenso de diversos partidos neonazis en Alemania, Francia, Países Bajos, España, Rusia, Dinamarca e Inglaterra, donde el fascismo avanza y destruye. Su poder choca con el Parlamento Europeo; hasta ahora, los representantes europeos pierden las batallas contra los fachas.
Las acciones y agresiones de los ultras actuales no son como las de los fascistas y racistas de mediados del siglo pasado. No lo son pero algunas acciones recuerdan esos tiempos. No lo son pero el mundo de hoy “debería” tener menos enfermedades. Después de Ginzburg, la humanidad ha acabado con muchos más ginzburgs que con personeros tipo mussolinis, hitlers, bolsonaros, trumps, ceaucescus o karadzics.