Guasón, Joker, es una película que recorre el siglo XXI y da significado a las últimas décadas del siglo pasado. Por lo anterior, es un llamado a los años por venir: el tiempo entre 2019 y 2030 o 2040 es magro. Recomponer la vida de la sociedad toma años. La creciente división entre sociedades ricas y pobres exige. La película invita. Ofrece múltiples lecturas, no maniqueas; muestra la realidad tal cual, no la edulcora ni la manipula. Retrata la podredumbre ética actual y disecciona la imposibilidad de escapar del destino: quienes nacen endeudados fenecen endeudados. De ahí su vigencia y la necesidad de pensar en nuestro siglo: 2030, 2040, son años cercanos.
Dejo al lado la inmensa actuación de Joaquín Phoenix y la espléndida dirección de Todd Phillips, además, coautor del guión. Esos aspectos han sido desgranados por críticos cinematográficos, con tino y sin él: los defensores y exégetas de la moral estadounidense —dueños de la doble moral— han tendido a condenarla. La doble moral no requiere permisos ni diálogo: es Trump y el mundo Trump. No así Robert de Niro, presentador de un programa de televisión en la película, quien la semana pasada comentó, al referirse a Trump, “no puedo esperar más para verlo en la cárcel”.
Si bien en la película no se explica el origen de la risa incontrolable de Guasón —Arthur Fleck en la película—, es fácil saber que se trata de una enfermedad y no de una actitud voluntaria. Tampoco conocemos si la causa del trastorno data de una infancia triste y complicada, y/o de un traumatismo craneoencefálico durante los primeros años de vida, o bien, de una alteración primaria del sistema nervioso central. Es probable que Fleck sufra epilepsia gelástica, un trastorno poco común caracterizado por episodios de risa incontrolable. Lo que en cambio sí sabemos son los amargos avatares de algunos enfermos, como homosexuales con sida, obesos, personas con deformidades físicas o aquellos cuyo comportamiento social contraviene las normas de la sociedad. Esas personas, con frecuencia excluidos de la sociedad, son estigmatizadas, marginadas y víctimas de bullying. Su precaria autoestima hunde, deprime y resta oportunidades. Esos segmentos poblacionales sufren humillaciones constantes que devienen enojo, impotencia y agresividad, tanto contra individuos como contra la sociedad.
Vivir y convivir con la enfermedad es complejo. No hay binomio más maligno que ser, como Fleck, pobre y enfermo, cuya medicación para tratar la epilepsia se interrumpe debido al recorte de fármacos como parte de las políticas de austeridad de los dueños de su país/casa.
Guasón vivió humillado y marginado. Creció sin oportunidades y ningún esfuerzo fue suficiente para mejorar su calidad de vida y la de su madre a quien cuidaba con esmero y cariño. Al lado de su progenitora, el protagonista escribía su vida día a día. Mañana era un tiempo muy lejano.
La humillación tiende a invisibilizar a las personas: imposible competir en un mundo marcado por el poder del dinero y la “buena” y honorable presencia física requerida por quienes manejan las finanzas del mundo. A lo largo del filme, Guasón muestra cuán amplias son las heridas propias de la desigualdad y cuán insuperable es la situación cuando todas las puertas, en ocasiones desde el útero, se encuentran cerradas. La vida laboral de Arthur Fleck no iba más allá de la supervivencia económica.
Los seres humanos ignorados por la sociedad son producto de sistemas económicos insaciables. Son, a la vez, los posibles verdugos del status quo de algunas sociedades —Ecuador es ejemplo vivo—. La manifestación de los payasos hacia el final de la película expresa el repudio por la vileza e hipocresía del poder económico. Thoreau tenía razón cuando escribió acerca de la desobediencia civil: hoy sabemos que es ética y necesaria. Los payasos compañeros de Guasón también lo sabían: marcharon contra el rígido sistema imperante, marcharon por sus vidas.
Michael Moore demanda: “El mayor peligro para la sociedad puede ser que no vayas a ver la película”.
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