La reproducción de los saberes científicos, incluidos los médicos, aumentan con celeridad, tanto por el mayor número de aparatos como por la cantidad de científicos activos. En la actualidad el número de investigadores equivale o supera al que ha existido en toda nuestra historia. Con la cantidad y calidad de los aparatos biomédicos, la facilidad para generar nuevos productos se multiplica. Conocimiento y sabiduría devienen círculos virtuosos. Lamentablemente no toda la cosecha científica siempre es benéfica. Ya lo dijo Mary Shelley en Frankenstein o el moderno Prometeo, cuyo mensaje trata de la destrucción y creación de la vida, la moral científica así como del “atrevimiento” de la humanidad en su relación con Dios. Entre ficción —Frankenstein— y ciencia —genómica— las lindes no siempre son claras.

La genómica es una disciplina científica relativamente nueva perteneciente a la biología molecular cuya base es estudiar el genoma, i.e., el conjunto formado por el material genético del ácido desoxirribonucleico de los cromosomas y de las mitocondrias. La genómica se encarga de caracterizar y cuantificar los genes, su estructura, función y composición. Disecar el genoma para entender y tratar enfermedades es su meta principal.

Anterior a la genómica, la ética médica ha tenido que lidiar con problemas diferentes, no por ello más sencillos, como eutanasia, aborto, fertilización in vitro, proteger a quienes participan en estudios experimentales, etcétera. Con el advenimiento de la genómica, la situación cambia. La genómica plantea nuevas preguntas, no más intrincadas que las anteriores pero, sin duda, muy complejas. Penetrar el interior de la célula abre dos puertas. Una permite “adelantarse” a las enfermedades y otra plantea cuestiones inéditas. “Adelantarse” parecería, a primera vista, un beneficio, y de hecho lo es en problemas como la enfermedad de Tay-Sachs (enfermedad degenerativa de carácter hereditario que afecta el cerebro), o el síndrome de Down, cuyos diagnósticos tempranos —embrionario—, dada la ausencia de tratamiento, abre las puertas para efectuar un aborto. El ramillete de problemas es amplio. Destaco cinco.

Primero. La identificación de problemas genéticos en embriones gracias a la medicina genómica deviene conflictos éticos con diversos segmentos de la comunidad; sobresalen personas discapacitadas, poblaciones opuestas al aborto y grupos antagónicos a la destrucción de embriones.

Segundo. ¿Qué debe hacer el personal de salud cuando ha detectado anomalías genéticas en algún paciente que solicitó efectuar determinadas pruebas? ¿Deben informar a los familiares o deben ceñirse al principio de confidencialidad, es decir, no compartir la información con otras personas sin la autorización del afectado?

Tercero. La genómica abre las puertas a la eugenesia. En 1988, el Congreso estadounidense implicado en Asesoramiento Tecnológico alertó sobre esta posibilidad. Desechar embriones enfermos o con enfermedades hereditarias podría vincularse con eugenesia, i.e., tendencia encaminada a mejorar la herencia, uno de los mottos del nazismo.

Cuarto. La ingeniería genética tiene la posibilidad de editar genes, es decir, manipular genes enfermos con el fin de corregir enfermedades hereditarias causadas por un gen enfermo en recién nacidos. Los pobres no tendrían acceso a esta opción.

Quinto. El mal uso de la ingeniería genética podría revivir a Frankenstein, violando principios éticos fundamentales con la finalidad de mejorar la calidad del embrión.

El espacio se agotó. Quedan pendientes al menos dos incisos. Si los seguros médicos acceden al genoma aumentarán las primas o no asegurarán a las personas y, los patrones podrían no emplear a personas portadoras de enfermedades cuyas manifestaciones impidan laborar a los afectados a edades tempranas.

Finalizo como inicié: Genómica: ¿Bendición o perdición?

Médico y escritor.

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