Hace diez años escribí un artículo sobre la arrogancia de la medicina, tema siempre vigente, poco divulgado, poco discutido. Parte de la arrogancia se debe a la enjuta crítica de los doctores hacia el inmenso poder de las compañías farmacéuticas. Quienes ejercen medicina clínica, no los investigadores ni los profesionales dedicados a crear fármacos, antes de prescribir y convertirse en aliados de las farmacéuticas deberían fomentar su lealtad hacia los enfermos y sobre todo a ellos mismos. Aunque la mayoría de las grandes transnacionales en la actualidad han prostituido menos a los galenos de todo el mundo al invitarlos, como solía ser antes, con todos los gastos pagados, a Congresos o reuniones en diversos países, las “recompensas” por pláticas siguen vigentes. Sin lealtad hacia el enfermo, la medicina no es medicina.

Cuando se tuercen las prioridades y la fidelidad se enfoca hacia centros hospitalarios, laboratorios clínicos, gabinetes radiológicos o colegas, aunque sean poco sagaces, la ética médica, espacio fundamental, queda en entredicho.

En dicho artículo cité a Thomas Szasz (Hungría, 1920-2012). Lo revivo. Szasz fue profesor emérito de psiquiatría en la Universidad de Syracuse, NY. Entre otras virtudes, fue inmenso crítico de la medicina moderna y uno de los grandes exponentes del término medicalización de la vida. Su desprecio hacia la medicina era amplio. Resumía su mirada en pocas y magistrales líneas: “Teocracia es la regla de Dios, democracia la regla de las mayorías y farmacracia la regla de los doctores”. Teocracia y democracia: dos modelos agotados, dos espacios poco o nada satisfactorios —excluyo, inter alia, en materia política a los países escandinavos, Australia, Nueva Zelanda—, dos pésimas realidades cuyas herramientas han fracasado: pobreza in extremis, estados totalitarios ad nauseam.

Szasz, caústico e inteligente, acierta: convierte el binomio en trinomio. Las farmacéuticas no florecen por serendipia. Sus vínculos con las empresas políticas son amplios. De ahí su crecimiento exponencial y hegemónico. Comparto dos vertientes para explicar el universo de las farmacéuticas, uno individual, otro global.

Del primero esbocé algunas líneas en el párrafo inicial. Agrego: el poder de la industria farmacológica y de la tecnología médica carece de límites. Su crecimiento exponencial es lógico: el número de investigadores se ha multiplicado y los réditos económicos crecen sin cesar. Grandes cerebros abocados a encontrar respuestas ingentes a males crónicos y a retos nuevos, i.e. coronavirus, explican el éxito de las compañías. La (casi) ilimitada oferta de fármacos coopta a la profesión médica, sobre todo a la más joven: es imperativo, como sucede con la ropa, con los perfumes o, en países ricos, con cubrebocas de marcas prestigiadas, como Gucci o Louis Vuitton, estar a la moda y recetar con premura los productos nuevos sin siquiera saber su precio y si realmente son superiores a los que ya existen en el mercado hace décadas y de los cuales se conoce sus beneficios y perjuicios.

Los currículos universitarios y sus profesores deberían dedicar materias y horas a desmenuzar con los jóvenes alumnos las bonanzas de nuevos fármacos, así como novedosos exámenes de laboratorio y equipos de biotecnología. La medicina debe ser una profesión muy crítica. La crítica documentada es una vía para autoconstruirse y fomentar la fidelidad hacia los enfermos. Las insanas dicotomías políticas y teocráticas no deberían tener espacio en la Voz, con mayúscula, del personal que ejerce la clínica como compromiso y vocación.

La segunda vertiente se refiere al poder desmesurado de las compañías de marras. Dos abrebocas. Las farmacéuticas se interesan por crear medicamentos para enfermedades crónicas: a mayor patología, mayores daños, más ganancias. Poco interesan las enfermedades de países pobres. Segunda. Las ganancias de las grandes compañías igualan o superan el PIB de países pobres.

El corolario es gratuito. Creo que Szasz lo aprobaría. Mientras que en las democracias liberales se dice, “un hombre, un voto”, las farmacéuticas pregonan, sotto voce, “una persona, una pastilla”. El espacio ahorca. Pensemos y regresemos en otra oportunidad.


Médico y escritor

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