Derrumbar mundos es necesario. En la actualidad es menester no sólo derrumbar sino sepultar. Demasiada basura y sinsentidos soporta la Tierra. Barrer esa inmundicia es imprescindible. A pesar de incontables y valiosas voces a favor de la cordura y en contra de la estupidez, la bazofia, bazofia producida por la humanidad, sigue acumulándose y sepultando valores éticos. Demoler muros y edificar nuevos mundos es imperativo. Mundos diferentes versus el Poder, mundos en busca de Pasolini, quien gustaba escribir Poder con mayúscula.
Dado el desplome del mundo, y el fracaso de los ejes rectores viejos y presentes, i.e., política, economía y religión, es menester, una vez más, recargarse en la ética, en la ética universal laica, disciplina que engloba y no excluye. La triada conformada por política, economía y religión ha naufragado, tanto en forma aislada como grupal. Pocos, muy pocos países en el mundo tienen buena salud. No ha sido Lucifer el responsable, son esos engendros pleomórficos denominados políticos. La conversión y reconversión entre política y religión, entre economía y política y entre religión y economía ha destruido esperanzas, enfermado a la Tierra y sepultado ideas viejas y vigentes como justicia distributiva, legalidad, solidaridad, así como metas sin las cuales hablar de éxito es onírico, i.e., salud universal, alimentos suficientes, vacunas para todos, alto al cambio climático.
Me apoyo en Karl Popper. Copio un párrafo del maravilloso y estimulante libro En busca de un mundo mejor (Paidós Estado y Sociedad, 1994): Tanto la ética profesional antigua como la nueva se basan, sin duda, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Pero la ética antigua se basaba en la idea de conocimiento personal y de conocimiento cierto y, por ello, en la idea de autoridad; mientras que la nueva ética se basa en la idea de conocimiento objetivo y de conocimiento incierto. Esto supone un cambio fundamental en la forma de pensar subyacente y, por consiguiente, en la forma de operar las ideas de verdad, de racionalidad, de honestidad y responsabilidad intelectual.
Sigo a Popper. Modificar los vínculos entre humanos con humanos, entre humanos y sociedad y entre sociedad y Tierra (Naturaleza) es ingente. Buscar la verdad es valor universal.
La verdad no es acomodaticia. No depende de los tiempos. Para acercarse a ella es prudente recargarse en personas con autoridad, investidas de ética, no con poder autoritario salpicado de sordera, amoralidad y corrupción. Buena parte de los dirigentes actuales del mundo carecen de autoridad. Perviven debido al poder autoritario, heredado de sus predecesores por la falta de fuerza de la opinión pública, así como, imposible desdeñarlo, por las atrocidades y asesinatos cometidos desde el Poder contra la disidencia. Somos, a la vez, víctimas y actores de círculos patológicos: quienes mal ejercen la autoridad protegen a sus colegas y profundizan las enfermedades sociales y terráqueas.
De nuevo cito a Popper. “La antigua ética no deja lugar al error; no se reconocen los errores; es intolerante”. Si acaso alguna vez la satrapía política pronunció la palabra ética, lo hacía arropado por su verdad, su propia ética: intolerante, sorda y deshonesta. La ética antigua perpetúa y amplifica yerros. Es fundamental crear una nueva disciplina, tal y como sugiere Popper, donde errores y hurtos, políticos, religiosos, empresariales y médicos, inter alia, se denuncien con vigor, con más vigor de lo que se hace en la actualidad, aplastando, de ser factible, el nauseabundo espacio del poder autoritario. Sobran celdas en el mundo y en México: ¡cuán feliz sería la población, yo entre ellos, si políticos, empresarios y ministros religiosos ocupasen algunas!