Las pandemias tienen muchas caras. Muertos, con frecuencia inocentes; políticos, casi siempre culpables; sociedades víctimas en diversos grados del agente responsable de la pandemia —virus, pobreza, políticos— y voces harto conocidas, “nunca más”, “no importa quién caiga”, son vicisitudes inherentes a ellas. La del muy largo hoy, la de su majestad Covid-19, es igual pero diferente: sucede en vivo (igual), y acontece y triunfa a pesar de los inmensos progresos de la ciencia y del conocimiento médico (diferente). El virus ha expuesto la fragilidad del sexo femenino y debería promover discusiones sobre el acto de cuidar.

Cuidar es cualidad femenina. Se cuida por empatía o se asiste por obligación. Cuidar por obligación, como parte de la historia machista, por necesidades económicas, por migrar y convertirse en una persona sin papeles y sin otra posibilidad que atender a desahuciados, enfermos, discapacitados o viejos como sucede con las mujeres latinas que migran a España o a Estados Unidos, es característica de nuestro tiempo. La pandemia ha desvelado con inaudita fuerza la inequidad de género y ha golpeado de nueva cuenta al sexo femenino.

Si bien, como explica la psicóloga Carol Gilligan, la denominada ética del cuidado es femenina, a diferencia de la ética de los derechos que es masculina, cuidar no debería implicar explotación ni sumisión. Tras entrevistar a niñas y mujeres, Gilligan encontró una actitud empática y de responsabilidad innata hacia los otros en esos grupos. Velar por seres humanos, evitar daños y proteger forma parte de la ética del cuidado. Dicha actitud es femenina. Se aprende en casa y se absorbe al lado de la madre, la abuela, las tías.

México es buen ejemplo de ese fenómeno: ¿quién cuida a la madre vieja?, ¿quién se responsabiliza por familiares desahuciados?, ¿quién protege a la prole? Lo hacen mujeres: o nace en ellas como parte de la ética del cuidado o lo hacen por costumbres ancestrales, por machismo, por ausencia de voz o por ser la regla en sociedades desiguales donde las mujeres valen menos que los hombres.

Engels es contundente. En El origen de la familia, la propiedad privada y Estado escribe: “La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica, franca o más o menos disimulada de la mujer…”; “En la familia, el hombre es el burgués y la mujer representa el proletariado”. El libro se publicó en 1884. Las ideas previas son vigentes en 2021: Covid-19 lo comprueba.

La pandemia ha profundizado las diferencias. Incremento en la violencia doméstica y en la deserción escolar de pequeñas y jóvenes, aumento en el número de matrimonios de niñas, la necesidad de efectuar el “trabajo sucio” del hogar, la imposibilidad de acudir a centros de salud y de salud reproductiva y la inviabilidad de seguir laborando debido al compromiso de velar por los hijos en casa son situaciones que se han agravado debido a la pandemia. Las circunstancias anteriores transforman el cuidado —ética del cuidado— en yugo y opresión. Además, erróneo soslayarlo, el incremento en la pobreza en muchos hogares y la falta de trabajo agrava la tensión marital.

En países pobres, sin exentar naciones ricas, también dominadas por machismo y en donde las autoridades son incapaces de afrontar y resolver temas urgentes como los feminicidios, Covid-19 ha profundizado una trampa ancestral: el trabajo femenino ni se valora ni se paga. Las consecuencias previsibles debido al aumento del estrés ahondarán el deterioro familiar y devaluarán más a la mujer. Engels y Covid-19 lo explican: “En la familia, el hombre es el burgués y la mujer el proletariado”.

Médico y escritor.

Google News

TEMAS RELACIONADOS