En los países pobres la escasez de recursos médicos es norma. Se muere por pobreza, por falta de camas hospitalarias y carencia de insumos y por lejanía de centros hospitalarios . La falta de dinero mata: fenecer por ser miserable es cruda realidad. Baste decir, aunque no son las enfermedades la única razón, que en algunos países de África el promedio de vida es de 40 años mientras en el mundo occidental es de 80. Ha sido un error, por pena, incompetencia y/o negación, no aceptar el diagnóstico de miseria o pobreza como motivo de defunción. Tozudez humana no entender la miseria como enfermedad.
Las epidemias siempre han sido un inmenso reto para la humanidad. Tanto por el número de muertos como por el reto que imponen a Estados y servicios médicos. La pandemia actual difiere de las previas por diversos motivos. Destaco dos. Se ha diseminado con velocidad: la inmensa mayoría de los países han sido afectados. Segunda. La comunicación en 2020 es instantánea. Los sucesos en México se conocen en cuestión de minutos en la mayor parte del orbe. La tragedia producida por el Covid-19 en España e Italia, por citar dos países, es el número de muertos así como el de hospitalizados en espera de sobrevivir o morir.
Al lado de esas tragedias, médicos, familiares, enfermeras camilleros y policías son testigos de otra catástrofe: no hay ni camas ni ventiladores mecánicos (“respiradores”) ni doctores ni enfermeras ni equipo suficiente para lidiar con todos los enfermos infectados, algunos en muy malas condiciones y dependientes de apoyo humano y técnico por tiempo prolongado. Imposible tratar a todos. Imposible atender a tantos enfermos graves. El material no es suficiente: al inicio de la desgracia, Italia intentó comprar “respiradores” a Alemania, país que se negó a venderlos, pues, de acuerdo a sus cálculos, entre el setenta y ochenta por ciento de la población alemana se infectaría.
Escoger entre quién tiene la posibilidad de sobrevivir y quién no, es un reto médico, en ocasiones frecuente, otras veces, como sucede en las guerras o en las pandemias, infrecuente pero muy complejo.
Hace poco escribí acerca del triage, cribado o tríaje, método de selección por el cual se clasifica a los pacientes que tienen mayores probabilidades de sobrevivir empleado en los servicios de urgencias durante cualquier tipo de desastres. Políticas similares se emplean en las unidades de emergencias, por ejemplo en Estados Unidos, cuando se debe priorizar el servicio: negros, latinos y viejos son los últimos de la lista.
En Madrid, en marzo, la Dirección General de Coordinación Sociosanitaria mandó a las residencias de ancianos un documento donde se estipulaban las reglas de traslado de pacientes añosos; mientras el dictado viajaba, 19 ancianos murieron en un asilo madrileño en un día.
Detener el colapso de los servicios médicos era y es leit motiv. El escrito es discriminatorio. La misma política se extiende a personas con discapacidad. En Italia los médicos en las terapias intensivas se han visto obligados a triar según la edad. Los viejos, amén de ser una de las poblaciones de mayor riesgo, son los primeros en no calificar para recibir apoyo. En Bérgamo, una de las zonas más afectadas no se reciben pacientes ancianos. Tanto en España como en Italia, los enfermos viejos, o quienes no tuvieron acceso a camas de terapia intensiva, mueren asfixiados o sedados para evitar su sufrimiento.
En 2015 Bill Gates advirtió, “la siguiente gran amenaza para la humanidad no será una guerra sino una pandemia”. Su llamado, aún no sabemos, podrá ser veraz. Sí sabemos, en cambio, que los gastos monumentales en armas tendrían mejor destino si se invirtiesen en salud. El problema humano para los médicos es cruel. Para la humanidad un fracaso más. Dejar morir es una experiencia aterradora. Las manos vacías, la urgencia de atender a los más fuertes y olvidar a los débiles devasta. Una pregunta resume nuestro tiempo, ¿son los políticos los responsables del desabasto? Políticas mal planeadas, robos sin fin, descuidos ilimitados y negligencias gubernamentales no son las culpables del coronavirus, pero, sí de los descuidos en salud.
Médico y escritor