En La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura, al contar sus peripecias con las mujeres que entrevistaba, escribió, “Las tengo delante, y a muchas de ellas las veo escuchando su alma. Escuchan el sonido de su alma”. Quien escucha su alma, cuida y es empática.
La ética del cuidado es primordialmente femenina. Las mujeres se decantan por la ética de la asistencia, mientras que en los hombres prevalece la ética de los derechos y de las obligaciones. La psicóloga Carol Gilligan habla de “la voz del cuidado” y concluye, esa voz fortalece la empatía y el sentido de responsabilidad. La ética basada en atender se centra en el compromiso hacia otras personas y procura prevenir daño. El sexo femenino sabe atender y ocuparse de otros. La solidaridad, a su vez, se asocia con la ética del cuidado. Las personas piadosas, virtud femenina, tienden a ser más sensibles, se preocupan por la beneficencia, buscan aliviar las desgracias de otros, son misericordiosas, y procuran atenuar el sufrimiento.
Los hombres privilegian la ética de los derechos y de la justicia y se interesan por resolver conflictos. Son menos dados a cuidar, menos caritativos y poco se ocupan de otros y de su sufrimiento.
El libro de Alexiévich rezuma cuidado y sensibilidad, “Sabemos sufrir y contar nuestros sufrimientos… Para nosotras, el dolor es un arte. He de reconocer que las mujeres se enfrentan a este camino con valor”. La autora nos ofrece una mirada de la guerra a partir de la voz femenina. La mayoría de los textos sobre los conflictos armados están escritos por hombres; las conflagraciones se narran a partir de la experiencia masculina. Lo mismo sucede con la eutanasia y el suicidio asistido: prevalece el trabajo masculino.
¿Podría ser diferente la situación de la eutanasia en el mundo si fuesen mujeres quienes tomasen las riendas del asunto? No huelga recordar que sólo nueve países permiten la eutanasia activa y que sólo en Estados Unidos, en Austria y en Suiza el suicidio asistido es legal.
Mi lectura emocionada de Alexiévich, y mis distracciones no intencionales, pero también emocionadas sobre el binomio eutanasia y voces femeninas, motivaron la siguiente hipótesis: ya que la muerte, los cuidados de la infancia y de la vejez así como el acto de mantener y limpiar las tumbas son “más femeninas”, vale la pena peguntar, me repito, ¿qué sucedería si fuesen mujeres las que tomasen la batuta de morir con dignidad? Las mujeres se ocupan de los otros, son más compasivas y empáticas, comprenden mejor el dolor y el sufrimiento, ejercen la ética del cuidado y saben acompañar a pacientes terminales y moribundos.
La aprobación de la eutanasia depende, la mayoría de las veces, de voces femeninas. En Ecuador, en febrero, Paola Roldán (42 años), quien padecía esclerosis lateral amiotrófica —parálisis muscular progresiva mortal— logró que la Corte Constitucional despenalizara la eutanasia. Roldán falleció debido a la enfermedad el 10 de marzo. Mientras tanto, en Perú, María Benito, afectada por la misma patología, consiguió que el Poder Judicial permitiese que interrumpa tratamientos para prolongar su vida; los médicos se negaron a desconectarla del ventilador. Por lo pronto, sigue intubada, pero, su lucha y la de sus abogados persiste: despenalizar la eutanasia es la meta.
Los avances a favor de la eutanasia dependen de la fuerza de las mujeres. Ecuador, debido a la entereza y a la fuerza de Roldán, es, tras Colombia, el segundo país en Latinoamérica donde ayudar a morir es legal.