El lenguaje es una casa enorme, pleomórfica, infinita. Conforme avanza el tiempo y la humanidad camina y cae ha sido menester adaptar e “inventar” nuevas palabras. En 2021, el Diccionario de la Lengua Española fue objeto de 3,836 modificaciones que incluyen nuevos términos, enmiendas y acepciones. Emergenciólogo, bitcóín, ciberdelincuencia, quinoa, poliamor y pansexualidad son algunos ejemplos. Debido a la pandemia se han incorporado palabras ad hoc: cubrebocas, hisopado, cribado, burbuja social, i.e., “cada persona debe identificar un círculo íntimo, generalmente familiar o con las personas con las que se comparte una residencia y comprometerse a tomar todas las medidas posibles cada vez que se debe entrar en contacto con otras personas fuera de la burbuja”, y nueva normalidad, i.e., “…algo que antes era anómalo ahora es común” retratan la nueva realidad en tiempos Covid-19.
Nueva realidad debería ser un término más en el Diccionario. Sugiero, “cambios económicos, sociales y políticos a partir de la emergencia de SARS-CoV-2 cuyas consecuencias han incrementado la precaria salud mundial”. Nuestro virus ha sido un terrible censor de la condición humana. El número de muertos y contagios, las nuevas cepas virales, el genocidio producido por Bolsonaro, el número incontable de pobres nuevos y pobres más pobres, las inentendibles conductas de los anti vacunas, unos más fanáticos que otros y la inequidad en el número de personas vacunadas en África en comparación con Europa o Estados Unidos conforman la estructura de la nueva realidad. Equidad e inequidad son viejas palabras. El desorden, el caos y las enfermedades mundiales reflejan las tendencias entrópicas de nuestra especie.
A partir de diciembre de 2019 domina la inequidad. La contumacia, la incuantificable imbecilidad de la inmensa mayoría de los políticos ha sumido al mundo en una nueva crisis, la de COVID-19. Inequidad, retórica y estupidez son tres epidemias insalvables.
Inequidad. La pandemia ha detenido el lento progreso de la economía. Tardará años en recuperarse. De mantenerse el ritmo actual de vacunación la población de los países pobres recibirá dos dosis de vacunas a finales del 2024 o en 2025. En la actualidad sólo el 2% de la población africana ha sido vacunada, a lo que agrego, en África sólo dos personas por 100 habitantes ha recibido dos vacunas en comparación con 68 personas por cada 100 en países ricos.
Retórica. Los países miembros del G8, poseedores del sesenta por ciento de la riqueza mundial, Francia, Canadá, Rusia, Alemania, Japón, Estados Unidos, Reino Unido e Italia deberían transformar sus palabras acciones. Su compromiso, en tiempos de nuestro censor Covid-19, con los países pobres ha sido magro. Poco han apoyado la iniciativa denominada COVAX, i.e., colaboración para un acceso equitativo mundial a las vacunas contra Covid-19.
Estupidez. Parecería ser requisito bíblico ejercer la estupidez como parte del quehacer político. Basta una observación. De mantenerse la inequidad en la distribución de las vacunas, amén del incremento en contagios y fallecimientos, la salud del planeta se deteriorará cada vez más. Nuevas cepas dañarán las precarias economías de las naciones pobres cuyos efectos negativos menguarán la salud planetaria y la de los países ricos. La pobreza mata…
Como bien decía, palabras más, palabras menos The Economist, de Peña Nieto, “ni siquiera sabe que no sabe”, frase aplicable a la cuasi totalidad de la ralea política mundial. Bello sueño el de la equidad: sobran los peñanietos. Faltan las merkels y las arderns (Nueva Zelanda). El brete es enorme: los peñanietos se reproducen sin cesar y las Ángela y Jacinda se dan en maceta.