Aumentar la esperanza de vida es tarea y obsesión. Políticos, salubristas y científicos ocupan tiempo y esfuerzo en publicitar sus logros. La mayoría de los seres humanos de las sociedades occidentales, sobre todo los pertenecientes a segmentos adinerados, buscan, con denuedo, añadir años a sus vidas. La realidad difiere en las comunidades pobres, en enfermos “muy enfermos”, y en las sociedades alejadas de la civilización cuyos calendarios y “miradas” acerca de la vida difieren de los nuestros. El incremento de vida en las poblaciones ricas aumenta sin cesar. Conforme transcurren las décadas más tiempo viven las personas ricas. Laudar ese logro forma parte de discursos políticos y médicos.

La vena rectora de estas reflexiones es simple y a la vez complicada; lo de sencillo y difícil no es cantinflesco, es real. Vivir más tiempo, aunque se cuente con recursos suficientes y el hábitat sea una nación rica no significa vivir mejor. Para buena parte de las personas mayores de edad la ecuación es llana: vivir —pervivir— más años no significa ni gozar ni trabajar ni crear. Ciencia y sociedad carecen de elementos adecuados para dotar a los ancianos de “vida buena, de vida bella”. Leo en Un instante eterno. Filosofía de la longevidad (Siruela, 2021) de Pascal Bruckner, “… lo que la ciencia y la tecnología han prolongado no es la vida, sino la vejez”. Oración demoledora y veraz. Reflexión cruda similar a las experiencias de enfermos terminales, sobre todo aquellos sometidos a días muy largos y semanas más largas en salas de terapia intensiva. Reproduzco ideas de familiares y pacientes sin esperanzas, “después de semanas de internamiento no se prolonga la vida, se prolonga la muerte”.

La medicina contemporánea carece de límites. Los saberes científicos y tecnológicos se reproducen con celeridad. Esas disciplinas, aunadas a alimentaciones sanas y modificaciones de hábitos negativos, i.e., fumar, sedentarismo y sobrepeso son las responsables fundamentales del incremento en la esperanza de vida. Sin embargo, el divorcio entre longevidad y calidad de vida es evidente. En el texto citado Bruckner remata, “Estos años sabáticos son un regalo envenenado: se vive más tiempo, pero se está enfermo, mientras que la esperanza de vida con buena salud se estanca”. He ahí el reto médico, social y científico: procurar calidad de vida satisfactoria durante la mayor parte de la vejez y no sólo más años.

No soy devoto ni de los índices ni de las encuestas. Suelen, si no mentir, sí deformar. Sin embargo, sería interesante, como sucede con el Índice global de felicidad diseñado para valorar la felicidad en países, examinar con instrumentos ad hoc la alegría o no de vivir en personas mayores de edad. Aventuro mi respuesta: la mayoría respondería que no son felices.

Hace un año, en diciembre de 2020, durante una de sus Asambleas, la ONU declaró que a partir de 2021 y hasta 2030 se dedicarían tiempo y esfuerzos para llevar a buen puerto la denominada Década de Envejecimiento Saludable. Comparto una inquietud. Dentro de las preocupaciones fundamentales de la ONU y de la Organización Mundial de la Salud sobresale la demencia. La demencia es una de las principales razones de discapacidad en la población senil, motivo de rupturas familiares y de gastos imposibles de sufragar tanto para los Estados como para los seres cercanos. De acuerdo a los expertos se calcula que en 2019 el número de adultos víctimas de demencia rondaba los 57 millones; en 2050 la cifra alcanzará los 150 millones debido al envejecimiento de la población. Menudo embrollo…

¿Somos víctimas del progreso? La ciencia ha incrementado la esperanza de vida y los años acumulados han multiplicado los problemas de la vejez. Círculo complicado. ¿Qué hacer?

Médico y escritor

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