Para Hipócrates la medicina consistía en preservar la salud y evitar el sufrimiento. Ideas exquisitas las del médico griego —vivió entre 460 a. C y 370 a. C—. Ideas no caducas: evitar el sufrimiento debería ser prioridad médica. Sin obviar que el promedio de la vida era, en la época del padre de la medicina, cuarenta años y sin dejar de subrayar el inmenso progreso de las ciencias médicas, sus advertencias siguen siendo vigentes.
Aunque no hay acuerdo universal, muchos historiadores sustentan que la celebérrima frase primum non nocere, “lo primero es no dañar” pertenece a Hipócrates. No dañar, sobre todo ahora, debido al imparable crecimiento de la parafernalia médica y de los fármacos disponibles, debería ser, junto a la idea con la que arranca este breve texto, el corazón de la medicina así como campo de estudio desde el inicio de la carrera. La enseñanza médica falla. A los alumnos se les inculca la necesidad de “hacer”; hacer significa pedir incontables estudios de laboratorio y radiología y solicitar diversas opiniones de colegas con el fin de establecer el diagnóstico adecuado. Hacer podría implicar, en ocasiones, mayores sufrimientos, toma de decisiones inadecuadas, prolongación del tiempo hospitalario, incremento en los costos económicos y desacuerdos entre el equipo.
El gran Moliére, quien odiaba al gremio médico, escribió en El enfermo imaginario, palabras más, palabras menos, “para qué quieres ver dos médicos, si con uno basta para que te maten”. El sarcasmo del dramaturgo no tiene desperdicio. Hay una relación directamente proporcional entre el número de galenos al cuidado del paciente y el mayor número de procedimientos realizados. Incontables vidas se salvan por las intervenciones oportunas del equipo profesional y por los resultados de laboratorio; sin embargo, lo contrario también sucede: muchos enfermos sufren sin sentido y fenecen después de tiempo prolongado en el hospital o quedan con grandes mermas físicas y morales. Si la persona sobrevive en malas condiciones y el sufrimiento se convierte en parte de la cotidianeidad, los procedimientos y la labor profesional deben ser cuestionados.
La pujanza de la tecnología y los esfuerzos denodados para incrementar las ganancias del profesional, de los hospitales, de los laboratorios médicos y de los gabinetes de radiología han desplazado, y en ocasiones sepultado, la figura —la humanidad— del enfermo. La máxima Wait and see, espera y ve, cuando se tiene oportunidad —no hablo de emergencias— debería prevalecer y ser escuela. No lo es. Dicha idea requiere pensar y repensar las prioridades del paciente al momento de la enfermedad así como en el futuro: ¿vale la pena hacer maniobras o es mejor no efectuarlas?, ¿qué piensa la doliente acerca de sobrevivir con mermas físicas?, ¿cuánto costarán los procedimientos?
En la medicina moderna prevalece la conducta inversa, no esperar y hacer; las recompensas económicas sepultan las recompensas humanas. ¿Cuántos galenos dedican tiempo suficiente para explicar a quien piden ayuda que es mejor no efectuar procedimientos?, ¿cuántos se ofrecen para acompañar al enfermo en los días finales e incluso colaborar para precipitar el final?
Finalizo como inicié: Para Hipócrates la medicina consistía en evitar el sufrimiento y preservar la salud. Existen programas diseñados para prevenir la salud, tanto a nivel institucional como privado. No se cumplen. Falla la población y no son suficientes los esfuerzos dedicados a la medicina preventiva. Fracaso cuya lectura tiene otra lectura: para quienes ejercen medicina, i.e., galenos, hospitales y laboratorios es más redituable contar con enfermos muy enfermos en vez de sanos muy sanos. Lo anterior sorprende poco: la ética como materia y modus operandi brillan por su ausencia en los currículos.