Online, en línea, “Estar conectado a una red de datos o de comunicación”, término universal “contemporáneo”, propio de quien cuenta con medios económicos y utiliza Internet como forma de vida o para estar en la vida. Offline, fuera de línea, es decir, no estar conectado a internet. Dos universos distantes propios de nuestra era. El intervalo entre una O y otra O es infinito, tanto como el conocimiento acumulado y las destrucciones producidas por el ser humano.
A Luciano Floridi, quien fungió como editor, le debemos el libro Onlife Manifesto. Being Human in a Hyperconnected Era (Springer Open, 2015). Lo de la hiperconexión es, para quienes miramos hacia el pasado, una hiperdesconexión. En el mundo moderno estar conectado es imprescindible; lo inverso, vivir desconectado, margina, excluye.
Floridi, profesor de filosofía y ética de la información del Oxford Internet Institute publicó recientemente en la revista Philosophy and Technology, de la cual es editor en jefe un texto sobre la inteligencia artificial, donde analiza las posibilidades quasi infinitas de los modelos masivos de comunicación y su utilidad donde advierte, “la IA maneja las propiedades del electromagnetismo para procesar textos masivos de lenguaje con un éxito extraordinario y, a menudo, de forma indistinguible a como serían capaces de hacerlo los seres humanos”. Renglones adelante anota “El mejor autor es un ser humano que utiliza su lenguaje de forma competente y eficaz”.
Los parámetros vivenciales han cambiado: siglos atrás la conexión era con la naturaleza y con los seres humanos. En las décadas previas al mundo online/offline las bancas de los parques ofrecían oportunidades para mirar el mundo y mirarse gracias a los habitantes de esos espacios privilegiados, i.e., niñas y niños, perros, árboles, puestos de algodón…
El libro Onlife… no ha envejecido. Publicado hace ocho años, desgrana la imparable omnipresencia de las tecnologías de la comunicación e información. Sus poderes han modificado la vida. Las herramientas tecnológicas, advierte el manifiesto, han sobrepasado la voluntad humana y poco a poco ganan autonomía. La privacidad, la voluntad, el ocio, las relaciones amorosas o amistosas corren peligro: entre más vivamos online seremos más vulnerables y menos independientes. Espacios fundamentales como privacidad, confidencialidad, elecciones gustos y apegos han sido modificados por la vida online. La ecuación es clara: entre más horas online, menos tiempo para reflexionar.
La preocupación esencial proviene de la idea de cómo será la humanidad en las próximas décadas, idea un tanto inadecuada e incluso absurda para los tecnofílicos. Muchos jóvenes viven online. El embrollo no confronta a adultos y jóvenes; abre, más bien, dilema existencial entre la vida online y la existencia offline. Online incluye, offline excluye.
Hace casi una década, Zygmunt Bauman (1925-2017) aseveró en una entrevista, “Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos perturbadores que no solemos percibir”. Bauman tiene razón: lo saben las personas mayores de edad; lo ignoran los nativos digitales, esto es, personas rodeadas desde los primeros años de vida por las nuevas tecnologías, como cámaras de videos, celulares, computadoras y videojuegos, parafernalia que consume “el otro tiempo”. Dicho vínculo deviene en una forma diferente de entender el mundo. Entre Bauman y el mundo de los nativos digitales la brecha es cada vez mayor.