Siempre el ser humano. Siempre la misma diatriba entre no creyentes y creyentes en relación a un Dios todopoderoso o a varias deidades: ¿quién creó a quién?: ¿el ser humano a Dios o éste al ser humano? La polarización entre ambos grupos nunca finalizará. Hay quienes buscan una figura intermedia y se recargan en la Naturaleza. Creer en su fuerza y en la Tierra es opción neutral: no exige ni templos ni requiere denostar la figura de una de tantas deidades.
Filósofos y escritores han cavilado al respecto. Sus ideas invitan. Su lectura no exige tomar postura a favor de la existencia o no de Dios, pero, al leerlos, las cuestiones sobre una o varias deidades afloran y preguntan. La presencia de varias figuras divinas, sus altares y procesiones, profundizan la polémica, sin soslayar los incontables asesinatos perpetrados en nombre de Dios gracias a manos humanas.
Sobran cuestiones. La pluralidad de dioses complica el entramado. Grupos sociales diversos, culturas varias, creencias variopintas, historias desiguales, inter alia, impulsaron al ser humano a buscar y engendrar figuras divinas para responder cuestiones “normales”: ¿por qué la ira de la Naturaleza?, ¿por qué la muerte de niños pequeños?, ¿por qué prevalece el Mal sobre el Bien? Al cavilar sobre los vínculos entre humanidad y deidades la última cuestión, a todas luces irrespondible y absurda para muchos es fundamental. Leer la realidad es necesario: la geografía humana y la geografía terráquea están enfermas.
Quienes defienden la autonomía y la libertad como valores supremos aseguran, con razón, yo entre ellos, que nuestra especie es la responsable o irresponsable de la inmensa mayoría de los sucesos entre humanos y de los avatares de la Tierra. En cambio, los creacionistas se recargan en Dios: Sus designios y acciones son veraces, no admiten dudas. Albert Camus y Epicuro ayudan. Ayudan y siembran dudas.
El famoso dilema de Epicuro (341 Antes de Nuestra Era a 271) es extraordinario. No es menester decantarse por una u otra opción. Es deseable penetrar los postulados. Escribe Epicuro: “O Dios quiere suprimir los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si quiere y no puede es débil, lo que no corresponde a Dios; si no puede y no quiere es envidioso, lo que también es ajeno a Dios; si ni quiere ni puede, es a la vez débil y envidioso, y, por tanto, no es Dios; si quiere y puede, lo único que conviene a Dios, ¿cuál es entonces el origen de los males y por qué no los suprime?”. Las ideas del filósofo griego son vastas. Inclinarse por una u otra depende de la religiosidad o del ateísmo de quien las confronte. Epicuro, así lo manifiestan algunos pensadores, se preocupaba más por comprender la naturaleza de Dios, que por su misma existencia.
Años después, Camus, en “Los justos”, retoma el tema: “Se conoce la alternativa, o bien no somos libres y Dios todopoderoso es responsable del mal, o bien somos libres y responsables del mal, pero entonces Dios no es todopoderoso. Todas las sutilezas de escuela no han añadido o quitado nada a lo decisivo de esta paradoja”. Justicia era una de las palabras predilectas del Nobel francés; Camus no soportaba el sufrimiento intolerable de los niños.
Las ideas previas son un abreboca necesario en el mundo actual. Como escribí, tanto la geografía humana como la terráquea están muy enfermas. Hay quienes sostienen que las atrocidades del ser humano serían menores sin la figura de Dios. Yo no lo creo.