Mientras escribo, los medios de información recogen nuevos datos sobre la situación de la Tierra, de la Tierra cada vez más enferma. La inmensa mayoría de publicaciones y editoriales al respecto, i.e., deshielos, aumento de la temperatura, incendios, deforestación, pérdida de las praderas marinas y alteraciones en la capa de ozono son englobados en el rubro cambio climático. Como toda enfermedad no atendida, de no frenarse “nuestro monstruo”, esto es, el cambio climático, el futuro de nuestra casa, la Tierra, y de las jóvenes generaciones, peligra. La Tierra enferma enfermará más a las poblaciones endebles y también, como ya sucede, a las sociedades ricas. El único paliativo —absurdo hablar de cura— contra el cambio climático consiste en modificar de tajo las actividades humanas contra nuestra casa. Dicha idea implica reformar las conductas de personajes aparentemente disímbolos, pero, en el fondo, quizás no tan disímbolos: Bolsonaro, López Obrador, Trump, Putin, Ortega, Xi Jinping y un largo etcétera, cuyos nombres pueden agregar los lectores.
El Diccionario de la Lengua Española incluye, año tras año, palabras nuevas, términos necesarios. En 2021 y 2022, entre otras, poliamor, bot, transgénero, hisopado, repentismo, pansexualidad, bitcóin, valer madre o valemadrismo y nueva normalidad son, consideran los expertos, incorporaciones necesarias. Las dos últimas, valemadrismo y nueva normalidad, retratan con precisión las actitudes de los dignatarios señalados: el binomio nueva normalidad y valemadrismo augura el fin de la Tierra, a menos de que corrientes imprescindibles como la ecosofía sean tomadas en cuenta por los dueños del mundo. Ignoro las sinrazones por las cuales ecosofía no ha sido incluida en el diccionario de nuestra lengua.
La ecosofía suma conceptos de ecología y filosofía. Es una respuesta a las añejas, perversas y vigentes actitudes antropocentristas del ser humano, cuyas acciones niegan y olvidan el valor del resto de los habitantes de la Tierra, animales e insectos, así como de elementos fundamentales, entre otros, agua dulce, aire limpio, agua salada. Sepultar actitudes insanas y reforzar la idea de que todos formamos parte de un todo son tareas indispensables y razones fundamentales para fortalecer, sobre todo en niños pequeños, el valor y la necesidad de la ecosofía, escuela que insiste en subrayar la urgencia de mantener un comportamiento respetuoso con el entorno.
En Ecotopía. Una utopía de la Tierra (Anagrama, 2022), Alexis Racionero escribe, “La ecosofía es la sabiduría de la Tierra. Su máxima es que somos parte de un gran cosmos natural. La naturaleza es la fuente de la que procedemos. Ella contiene todos los aprendizajes, si la sabemos escuchar. El neologismo ecosofía proviene de la suma de ecología y filosofía (…) La ecosofía no plantea políticas de reciclaje o de bajo consumo energético para conservar la naturaleza. Su propósito es, más bien, la conexión y la vida en armonía con la naturaleza mediante un respeto casi divino”.
Ecosofía no sólo es un neologismo indispensable. Es apostarle a la vida. Es contagiar a los pequeños de la necesidad de luchar por la Tierra. La ecosofía enfrenta la difícil y quizás imposible tarea de explicarle a la ralea política, dueña de los destinos del mundo y de la humanidad, la urgencia de modificar sus infames sandeces, así como la falta de actividades sabias en relación a la supervivencia de la Tierra. ¿Alguno de ellos tendrá la capacidad de comprender el proverbio atribuido tanto al jefe indio Seattle como a Saint-Exupéry: “No heredamos la Tierra de nuestros padres; la tomamos prestada de nuestros hijos”?
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